miércoles, 14 de diciembre de 2016

POR EL RADÓN (¿RUDRÓN?) DE LA RAD Y POR LA HONOR DE SEDANO



En 1780 T. Sánchez  y en 1894 F. Janer  interpretan el vocablo “rad” atraídos por escribirlo Gonzalo de Berceo en su obra:

Oido lo avedes, si bien vos acordades,
este abad benito, lumne de los abades,
cuantas sufrio de coitas e de adversidades
por ond a passar ovo de Ortoya las rades.

(Gonzalo de Berceo. Vida de Santo Domingo de Silos, (c.1230). Estrofa nº 223)

PIEDRAS Y LEÑAS (en las ruinas de un cementerio y en una casa habitada)



He entrado a las Hoces del río Rudrón por todas sus partes accesibles. He seguido su rastro desde su nacimiento en San Mamés de Abar, donde recibe el nombre de río “Hurón”, que le dura mientras corre oculto bajo las peñas de Basconcillos del Tozo, metido en un valle ciego, de varios kilómetros, como en una “hura” que se prolonga hasta pasar el puente natural de la Patada del Cid, surgiendo de nuevo poco antes de llegar a Barrio Panizares, ya con su nuevo y definitivo nombre de río adulto, “Rudrón”. 

He bajado a sus profundas revueltas partiendo de la ermita de Hoyos del Tozo y también desde San Andrés de Montearados, bajando por la quebrada que desciende a derecho desde el despoblado de Ceniceros hasta el antiguo molino de Rasgabragas, cuyas ruinas aún se sostienen a malas penas. 

He bajado por el barranco carrascoso de Valdoflos, en La Rad, hasta el Molino del Zurdo, también en estado de solemne ruina, poco entes de llegar al alto y maravilloso balcón poblado de Moradillo del Castillo.

Lo he hecho por Covanera y Tubilla del Agua, tras visitar el  Pozo Azul y luego retomar el cauce, siguiendo aguas arriba hasta donde acaba la carretera -de nuevo en Moradillo del Castillo-, pasando por los preciosos pueblos de Tablada, Bañuelos y Santa Coloma del Rudrón. 

He entrado al Rudrón desde el páramo de Masa, donde nace el río San Antón, siguiendo su curso, que es apenas un hilillo todavía cuando pasa junto a las desvencijadas ruinas de una antigua torre medieval en Fresnos de Nidáguila, despoblado desde antiguos tiempos. El San Antón  es por allí un arroyo ínfimo que va horadando la pétrea paramera a medida que crece, a partir de Nidáguila, serpenteando por Terradillos de Sedano, hasta desembocar en el Rudrón muy cerca de Santa Coloma.

...Y en mi último intento quería bajar a las hoces del Rudrón penetrando primero en las del río San Antón, por el Barranco de Unfrida, partiendo del caserío de Santa Cruz del Tozo. Pero tuve que desistir poco antes del barranco, desanimado por el estruendo de escopetas, una cacería que por allí tenía lugar este último domingo.

Con esa frustración encima, me llego a casa y ordeno las fotos de esas idas y venidas por las hoces y alfoces del San Antón y del Rudrón, las que desaguan en las Hoces del Ebro, allá por los pagos de Valdelateja. Y en este ejercicio de recuerdos, retorno a los orígenes del río, al modesto nacimiento del Rudrón y caigo en la cuenta de que es precisamente ahí, en el término de San Mamés de Abar, donde está el arco de clave de todo este territorio, Las Loras. Es ahí donde las mismas aguas se reparten en dos vertientes, unas que van al Atlántico por el Duero y otras al Mediterráneo por el Ebro...ahí está la divisoria de vertientes, en el manantial de Fuente Abar, como en el cumbrial de un tejado que reparte las aguas en canalones que son ríos: aguas atlánticas de Ubierna, Lucio, Brullés, Odra y Pisuerga...y aguas mediterráneas, encajonadas, del San Antón, del Rudrón y del Ebro, una fantástica casa de suelo y muros calizos, surgida del fondo oceánico hace muchísimos millones de años, organizada en inmensas estancias solariegas, habitadas y deshabitadas por momentos, según el correr de la historia, desde el principio de los tiempos. Estancias parameras, sinclinales colgados, abruptas hoces, barrancos inesperados, valles amplios, elevados y tranquilos, de repente ciegos y horadados por el agua, las nieves y los vientos, en miles de cuevas y simas, dolinas, callejones-tuerces y afilados lapiaces. 

 
Abar, Rudrón, La Rad, Unfrida y la Honor...me venían esas palabras a la cabeza cuando caminaba por el paraje llamado de Las Carboneras, en los pagos de La Rad, como me vienen los chozos de pastor por allí diseminados. Recuerdo que a la vista de aquel paisaje no pude por menos que asociar esos chozos al nombre del lugar, Las Carboneras, imaginando su construcción y uso, tanto por pastores como por gentes dedicadas al carboneo de esos montes de carrascas y encinas. Me resulta obligado apreciar el arte de su construcción, el esmero en la belleza funcional de su espacio habitable, la mínima y suficiente comodidad que pueda librarte del viento frío y de la molesta lluvia. Me sucedió también con los “abrigos de pastor” que tanto ví abundar por Santa Cruz del Tozo, de arquitectura austera, elemental sí, pero de una belleza formal que resulta sublime...no puede ser que los pastores los construyeran sólo por necesidad, cuando abundan por todas las partes del páramo, por altos, por vallejadas y barrancos, en medio del encinar y a la intemperie pelada...tuvo que ser por el puro gusto de hacerlos, de amontonar piedras con sentido y conocimiento, sólo por el amor al arte de esa neolítica estirpe de pastores, un arte funcional y conceptual, sólo al alcance de verdaderos filósofos y artistas.

Abar, Rudrón, La Rad, Unfrida y la Honor...palabras, que nombran sitios y que, a buen seguro, se refieren a largas historias...y me pongo a averiguarlo y a cavilar sobre ello. Recurro al conocimiento científico, etimológico, sin renunciar a mi propia intuición, fundamentada en la experiencia de mucho caminar por lugares e historias. 

Abrigo de pastor en Santa Cruz del Tozo
Chozo en Las Carboneras (La Rad)


Colmenar en Terradillos de Sedano

ABAR. 
Se dice en la Wikipedia que la voz Abar "aparece en el diccionario euskara-castellano "3000 hiztegia" con la traducción castellana de "borbotón o borbollón. La existencia en el municipio de una fuente natural, llamada Fuente Abar, la cual mana a borbotones, indica que Abar es un topónimo original y propio de una población de lengua euskérica/ibérica. La toponimia circundante apoya esta tesis vascoibérica para el origen de "abar", haciendo referencia a un origen étnico/cultural vasco/vascuence (de ahí también el apelativo "Bascones" o "Basconcillos"), una identidad claramente euskérica pues, de pobladores ancestrales del lugar, los íberos. Las especulaciones que han tendido a pretender transformar artificiosamente "Abar" en "Abad" quedan en evidencia, así como definitivamente descartadas, al reconocer el descubrimiento de la concordancia toponímica euskérica con la peculiaridad del rasgo natural que determinó en toda lógica el primer asentamiento humano en el lugar: la surgencia hídrica denominada tradicionalmente Fuente Abar.

Indagando algo más, descubro que según Mitxelena (1997, 35,569,622), “Abar”, proveniente del euskera, lo que nombra son ramas y carrascas; lo compara con “abardoi” (bosque talado) y con “ipinabar”, “un roble joven al que se ha podado la parte superior”, resumiendo su significado como expresión de una abundancia de ramas y carrascas. Ahí queda para seguir dudando, aunque a mi me satisface la versión autóctona, como borbotón de agua (Fuente Abar) donde se origina el Rudrón.

RUDRÓN
Hasta que anduve por los parajes de la Rad, bajando y subiendo desde las hoces del Rudrón, había pensado que “rudrón” venía -deformado por el uso y el paso del tiempo- del nombre original del río, Hurón, ese pequeño río que se mete en una gran “hura” por Basconcillos del Tozo. Pero mi intuición me dice que ese tipo de interpretaciones no suele ser tan facilona, menos cuando muy cerca está el “radón” de La Rad, que me lleva a pensar en asociar “radón” y “rudrón”. 

El territorio a vista de satélite. Portada de un libro de J. Campillo sobre la Honor de Sedano

 
LA RAD
Aquí me detendré por más tiempo. Existe un detallado estudio etimológico de esta palabra, del que es autor Ricardo Ruiz del Castillo y de Navascués (“Toponimia: aportación al conocimiento del significado del vocablo riojano la rad, las rades, rad, la rá, raz, rates...”). En su conclusión, deduce que “las rades” nacen en el siglo X o primera mitad del XI en el repoblamiento de la Rioja Alta tras su reconquista, y acaso en su llanada que desde el pie de los Obarenes muere en los ríos Tirón y Oja, o en el entorno del monasterio de San Millán de la Cogolla en el valle de Najerilla.

En 1944 J. Vallejo, y en 1945 F. Cantera, interpretan “las rades” como madera para quemar o construir, leñas, bosque o dehesa; y en todo o en parte son seguidos por otros autores, aunque en general se inclinan por el predio maderero desforestado o por la dehesa, a la vez que resaltan su carácter comunal. En 1973 J. Bautista Merino las define como terrenos comunales con arbolado, en general de robles, que se reparte a los vecinos para que lo talen y aprovechen sus maderas. Y añade que suele preceder a “rad” el artículo “la”, como en La Rad.
Así pues, las “rades” fueron predios comunales destinados al aprovechamiento de maderas, para la construcción de casas (con los troncos) y para el carboneo (con las ramas). “Eran un específico tipo de predio comunal referido a un uso temporal, mientras duraba la tala, subsidiariamente también destinado a ganar tierras de cultivo o de pasto, ya superada la inicial fase de entresacas a libre albedrío, hasta que a principios del siglo XIV se prohíben las talas, dejando recuerdo en topónimos que se extendieron por toda la Rioja, el sur de Navarra y las tierras altas de Burgos. Siguiendo el itinerario histórico del repoblamiento de los reinos cristianos, la palabra “rad” llega a tierras de Salamanca, Somosierra, Ávila, Madrid, norte de Cáceres y Soria, y se extiende hacia el sureste, por Guadalajara, Cuenca y Albacete, y acaso por el valle del Ebro en Aragón y Cataluña”. No puede ser casualidad esa extensión geográfica, ni que fuera en paralelo al proceso repoblador y ligada a la organización concejil de los nuevos territorios colonizados: un espacio delimitado entre las montañas cantábricas (donde se organizaron los reinos cristianos) y la estratégica frontera del Duero, el espacio histórico que se corresponde con la Extremadura primera y original. Las “rades” no existieron más abajo de las tierras toledanas, donde terrenos parecidos han conservado el nombre de “dehesas”, que nunca tuvieron el uso comunal y concejil, al que hace referencia “la rad”. 

Los reyes godos Recesvinto y Ervigio velaron y regularon la conservación de bosques y pastos de comunales y particulares, y los fueros y cartas pueblas hicieron concesiones comunales al respecto; el Fuero Juzgo reguló los deslindes forestales y estableció severos castigos para quienes robaran o incendiaran el arbolado, que en gran parte fueron incorporados más tarde por las ordenanzas concejiles. 
 
Afirma el mencionado autor, R. Ruiz del Castillo, que la etimología de “la rad” nace del étimo hispano-vizcaíno “larrá”, considerando que la forma “la rate” es posterior, por latinización de la más antigua, romance, “la rad”. En las primeras décadas del siglo XIV cae en desuso y se olvida su significado aunque deja memoria en unos 163 topónimos de lugares o parajes principales, aunque serían más; y hay también 54 subsidiarios y 37 de dudosa asociación, y 19 “Rada” como posible variante.
Bien, pues caminando por los parajes de La Rad se da uno cuenta del tamaño de ese monte, de que no es un lugar pequeño, sino un verdadero “radón”, acepción aumentativa que fue usada para nombrar a las rades más extensas. Entre el barranco por el que bajé al Rudrón, el de Valdoflos (topónimo que dejo para otro día) y el monte de Las Carboneras (por el que regresé al pueblo de La Rad), pude darme cuenta de que no es exagerado llamarlo “radón”, ni muy desencaminado el emparentarlo con el río que corre por abajo, llamándolo “rudrón”.

UNFRIDA
Al norte de Santa Cruz del Tozo, Unfrida es el nombre del barranco que se adentra en las hoces del río San Antón, ya cerca de su desembocadura en las del Rudrón.
En su tesis doctoral, Joaquín Caridad Arias dice que “en la toponimia alemana son frecuentes las falsas etimologías que pretenden relacionar el elemento “frede” (frethe), fried-e, de tantos topónimos y antropónimos, con un nombre común, en este caso el alemán Fried (paz) o el adjetivo frei (libre), cuando en realidad se refieren igualmente a la diosa Freda o Frida. Así que muy probablemente, en el caso que nos ocupa, el nombre de este barranco tiene un origen germánico, referido a la diosa Frida.
En nombres gallegos de base latina, “freita” significa “presa de río” o bien “trozo o parcela” de una finca; también trozos en que se divide un monte comunal para su aprovechamiento. Una “freitada” es un “corrimiento de tierras”, una “cortadura” (según la acepción latina que tuvo presente un notario o escribano medieval). Estamos ante derivados del latín “fracta” (raja o partición), “fractura”, lo mismo que el castellano “frecha” (y no sé yo si también “brecha”). Pero “a na freita” ("la que está en la cortadura") no puede confundirse con Anafreita, como también se ha dicho, porque proviene del nombre de origen germánico ANA-FRED-A, o Anafried, Anafred (masc.) que aún se usa hoy; un antropónimo compuesto, cuyo segundo término está basado en el nombre de la suprema diosa germánica y nórdica Freda, Frida, Fritha o Freya (todos ellos a su vez relacionados con la palabra Fraujōn, “mujer”), cuya contrapartida masculina es Freyr, tan presentes ambos en la toponimia nórdica y germánica.

El toponimista alemán H. Bahlow relaciona incluso al español Navafrida (año 1010) como una forma histerológica del mismo nombre, siendo el primer elemento -nava o wana (o bana)-, un hidrónimo.
Refiriéndose a topónimos hispánicos identificados con el adjetivo fría, frío, afirma Joaquín Caridad que algunos de los topónimos peninsulares que contienen el adjetivo fría, frío son a menudo formas reducidas de antropónimos germánicos tipo Freda, Frida, por atracción. Y que lo mismo ocurre con los burgaleses Frías y Unfrías, el asturiano Frieres y el portugués Frielas. El propio Navafría (de León) era Navafrida en documento del año 1010, con forma reducida Nafría (en Soria), probablemente formas metatizadas del nombre germánico Wanafrida, escrito también Wanefreoda (año 860), Wanfried, Wahnfried en 1574 y Wanfred en Inglaterra. Incluso los Vilafría de Galicia y los Villafría de Alava y Palencia pueden estar relacionados con el nombre germánico Wilfrid o Wilfrido, lo que explicaría el género (de otro modo un tanto incoherente) de Vilafrío ( en Lugo)...En fin, que el de Unfrida no es un barranco cualquiera, porque conserva un nombre de origen antiquísimo, probablemente puesto por los godos que anduvieron por estos rincones del Rudrón, los mismos que nos dejaron su huella en la pequeña ermita de las Santas Centola y Elena, que se conserva en Siero, como también en muchas de las palabras que todavía usamos, de lugares como este barranco de Unfrida o como en muchos de nuestros nombres: Alberto, Alfredo o mi propio nombre de Fernando.

 
LA HONOR DE SEDANO
Sabía del honor en masculino, como “cualidad moral que lleva al sujeto a cumplir con los deberes propios respecto al prójimo y a uno mismo”, tal como define el diccionario, un concepto ideológico que justifica conductas y explica relaciones sociales. Pero supe de “la honor” en femenino cuando anduve por estas tierras loriegas del Rudrón y del Ebro, más concretamente por Sedano. Y a buen seguro que es palabra desconocida incluso para las gentes nacidas en la cercana villa de Aguilar de Campoo, de la que dependió la Honor de Sedano durante largo tiempo. La honor era una “tenencia” feudal, una cesión de tierras que efectuaba el rey o señor para uso de un vasallo, sin pérdida de la propiedad y sin que supusiera derecho hereditario.

De los muchos trabajos publicados por el eminente Jacinto Campillo Cueva (1), arqueólogo y profesor de Historia (además de natural de Tablada del Rudrón), extraigo toda la información al respecto de La Honor de Sedano:

La honor tuvo distintos grados de similitud y diferencia entre instituciones muy diversas y en distintos reinos de la Europa Occidental (“tenure”, formas de tenencia feudal en Inglaterra), lo que no debe identificarse como un sinónimo del feudo. La tenencia es una institución presente en el feudalismo de la Península Ibérica, con matices diferenciables entre la Corona de Castilla (donde sólo de forma muy rara y tardía se dieron algunos feudos hereditarios), el reino de Portugal (tenência, tença), el reino de Navarra o la Corona de Aragón (tinença, honor regalis), donde el feudalismo catalán fue más similar al francés.

Según Claudio Sánchez Albornoz  la tenencia de tierras se remonta al reino visigodo, pero el término "tenencia" apareció en los reinos de Castilla y de León a fines del siglo XI, cuando con la feudalización se concedieron a ciertos vasallos del rey atribuciones públicas, administrativas y judiciales. La tenencia se denominó “la honor” en los reinos de Navarra y en Aragón, donde aparecieron con anterioridad al resto de la Península Ibérica. Las tenencias se concedían a grupos privilegiados de la nobleza y el clero y a partir del siglo XII contribuyó a la feudalización al dotarse de funciones de gobierno, jurisdicción y administración de la recaudación para el rey. Las honores vitalicias concedidas por los reyes en los siglos XI y XII, a la muerte del tenente, podían ser adjudicadas de nuevo por el rey a cualquier noble, habitualmente a familiares del concesionario, pero muy pocas veces se otorgaba a los hijos de éste. Inicialmente la tenencia no fue hereditaria, pero en ocasiones el tenente la poseía como cosa propia y transmisible, en cuyo caso se denominó “heredad”. Las honores hereditarias aparecen en Aragón a comienzos del siglo XII cuando la gran extensión de tierras reconquistadas al Islam por Alfonso I el Batallador facilitó que los caballeros de frontera lograran señoríos en la extremadura soriana y turolense y consolidaran su transmisión a sus hijos; en Castilla solo se generalizaron las tenencias hereditarias en el siglo XIII, a pesar de la resistencia de Alfonso VIII a conceder heredades en tierras de Extremadura, en un momento también de extensas conquistas, como señala García de Cortázar

En el verso 887 del Cantar de Mío Cid (compuesto hacia 1200) aparece la expresión “honores y tierras”, donde el término “honores” alude a la tenencia como una concesión de tierras del rey que puede ser temporal o vitalicia, pero no hereditaria, mientras que las “tierras” se referían a las posesiones patrimoniales, al patrimonio en bienes inmuebles que puede ser heredado por los descendientes. En el siglo XII el término “tierra” fue sustituido en Castilla por el de “honor”, que provenía del derecho navarroaragonés, y designó a partir de ese siglo una tenencia regida por un “conde” o “potestad” con atribuciones políticas, administrativas, judiciales y recaudatorias de impuestos.

Dice Jacinto Campillo Cueva que la antigua "honor de Sedano" se extendió por el noroeste de la provincia de Burgos en torno a los páramos loriegos y sedaniegos que se disponen a ambas márgenes de los ríos Rudrón y Ebro y que tal denominación sirvió para designar un territorio provisto de un peculiar carácter juridico-administrativo, creado durante el siglo XIV y consolidado con posterioridad a 1480, año en que fue comprado por los futuros marqueses de Aguilar (de Campoo). Estaba constituido por 27 núcleos de población que componían un único ayuntamiento, cuya sede se encontraba en la villa de Sedano. Esta unidad histórica fue legalmente disuelta a principios del siglo XIX al configurarse la nueva división municipal.


Tablada del Rudrón y Jacinto Campillo Cueva

Y concluyo, por hoy no quiero alargarme más, solo diré que cualquier caminata por Las Loras puede ser un viaje alucinante, por territorios ignotos en los que se ha ido acumulando la memoria de la Tierra y de los seres vivos que la fueron poblando. Territorios que fueron habitados por humanos primitivos que se guarecían de las fieras en cuevas, recién inventado el fuego, que enterraban a los muertos en túmulos simples y luego en dólmenes complejos, que transhumaban con sus ganados desde las llanadas de Burgos y Villadiego en dirección a los pastos frescos del cántabro norte...un viaje por paisajes geológicos, biológicos y culturales preñados de historia, allá por donde vayas. ¡Ah!, sin olvidar las palabras, los topónimos que son arqueología del lenguaje, que dan nombre a los sitios y que nos ayudan a conocer esa larga historia de Las Loras.


(1) Una amplia relación de la prolífica obra de investigación histórica de J. Campillo, plasmada en muchos artículos, revistas y libros, puede ser consultada AQUÍ.










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