miércoles, 16 de noviembre de 2016

REORGANIZAR LA CONFLUENCIA: POR UN NUEVO CONTRATO SOCIAL ENTRE IGUALES


LAS LUCHAS, PARLAMENTARIAS O EN LA CALLE, NO SIRVEN POR SÍ MISMAS. HAY QUE GANAR LA BATALLA DE LAS IDEAS, HAY QUE RECONSTRUIR EL SUJETO Y HAY QUE CONSTRUIR LA AUTONOMÍA, EL AUTOGOBIERNO POPULAR, LA DEMOCRACIA.

La articulación de las luchas y los movimientos sociales desde la autoorganización popular es una necesidad compartida por una gran minoría. Pero no es sólo un reto metodológico, ni sólo estratégico, también es ideológico cuando se es consciente de que uno de los rasgos que caracterizan al sistema dominante al que nos enfrentamos es su capacidad para influenciar -hasta determinar decisivamente- la agenda, tanto teórica como práctica, de las fuerzas sociales.


Quienes todavía no han comprendido que la colonización es el método histórico propio e inherente al sistema hoy hegemónico, no pueden comprender cómo este método esté siendo aplicado sistemáticamente a la conquista de la mente y de la conducta humana con tanto éxito como sucediera en los principios de la Modernidad, entonces dirigido sólo a la conquista de tierras, esclavos y materias primas. Prefieren seguir creyendo que el enemigo es algo tan simple como una corporación global de políticos corruptos y ricos sin escrúpulos, sin otra inteligencia que la de ganar dinero engañando y explotando a la gente que les mantiene con su trabajo y con el pago de impuestos. Malamente comprenden que el colonialismo es de siempre el método de todos los Estados “viables”, de todos los que han sobrevivido a su propia historia, pero mucho menos entienden cómo se ha producido la evolución del método colonial hasta su perfeccionamiento en método estatal-capitalista, para la conquista de mentes y conductas. La producción, acumulación y reproducción del capital es aplicada en la totalidad de los territorios y en la totalidad de la vida humana, sin resquicio alguno que pueda librarse de ser convertido en mercancía. Y eso nunca hubiera sido posible por la sola aplicación de las leyes de oferta y demanda, ha sido imprescindible el empleo de mucha inteligencia y un gran poder de amaestramiento, además de cohercitivo, para la conquista ideológica, ha sido necesario un todopoderoso sistema capaz de dominar a las multitudes… o de exterminarlas, si fuera necesario a su interés.

La especialidad de las izquierdas burguesas es darse de cabezazos contra los límites del sistema, contra la democracia burguesa. Sus ilustrados dirigentes saben que ésta tiene un tope que limita toda esperanza de cambio real, pero en ese pequeño margen que les dejan las derechas titulares del sistema parecen esperar alguna ganancia, a condición de conseguir algunas concesiones “sociales” (derechos), algo que siga alimentando la ilusoria fe de la clientela obrerista-progresista que mantiene a esos dirigentes. Mientras, en ese mínimo margen, éstos van encontrando acomodo personal, un cargo, una nómina, una notoriedad y, como poco, un cierto posicionamiento intelectual, estético y social. Se conforman con la estrategia “pepsicola”: mejor ser los segundos que nada, mejor vivir al rebufo de la cocacola, calentitos en las instituciones, que estar helados a la intemperie. En la intemperie, la realidad sigue su curso, tal y como ha sido planificada: los mercados funcionan perfectamente, aunque con altibajos en la cuenta de beneficios y en los índices de cotización en Bolsa. Pero ellos persisten en sus tesis obreristas-progresistas, ajenos a todos los cambios de la historia reciente, aún cuando las condiciones históricas actuales sean bien distintas a aquellas que dieron origen a sus viejas tesis. Incluso algunos de sus prestigiosos intelectuales ya lo reconocen:

Un ejemplo de esa pertinaz colonización ideológica lo ofrece en la actualidad la obra de algunos de los más conocidos intelectuales críticos de la izquierda. Si se examina con detenimiento el pensamiento de autores tales como Michael Hardt y Antonio Negri o la más reciente contribución de John Holloway, puede comprobarse sin mayor esfuerzo cuán vigorosa ha sido la penetración de la agenda, las premisas y los argumentos del neoliberalismo aún en los discursos de sofisticados intelectuales seriamente comprometidos con una crítica radical a la mundialización neoliberal”.(Atilio Borón)

Yo pongo en primera persona del singular las palabras de Nikos Kazantzakis para hacerlas mías:

No soy gente sencilla que cree en la felicidad, ni un alfeñique que cae a tierra desolado ante el primer revés, ni un escéptico que observa el esfuerzo sangriento de la marcha de la humanidad desde las alturas de una inteligencia burlesca y estéril. Creyendo en la lucha, aunque sin abrigar ninguna ilusión al respecto, estoy armado contra toda desilusión”.
(Toda Raba (1934) - Nikos Kazantzakis)

Me sumo a la necesidad de Confluencia de las fuerzas sociales, muy bien, pero me rebelo ante la aceptación sumisa y acrítica del contrato social vigente, porque no quiero que quede su rastro por ninguna parte, no quiero contribuir a la metástasis que reproduce el mismo cáncer que quiero eliminar. Yo parto de un principio: no hay más sujeto concreto de la historia que el individuo social que somos. Y en eso fundamento la vida en comunidad que deseo para mí y para todos los demás individuos, situándome con ello en las antípodas del gregarismo burgués, de izquierdas y derechas, que asume sin rechistar el contrato social vigente, que sacraliza el Estado y, por tanto, la organización jerárquica de la sociedad por identidades de clase, género o raza.

El contrato social, como teoría política, explica el origen y el propósito del Estado y de los llamados derechos humanos. Afirmo categóricamente que es el germen de la revolución burguesa. La esencia de su teoría es que para vivir en sociedad, los seres humanos “pactamos un contrato social implícito”, que nos otorga ciertos derechos a cambio de abandonar la libertad de la que dispondríamos “en estado de naturaleza”. Siendo así, los derechos y los deberes de los individuos constituyen las cláusulas del contrato social, en tanto que el Estado es la entidad creada (¿por quién?) para hacer cumplir el contrato. El contrato social vigente es un producto ideológico, concretamente liberal, que parte del supuesto de que la totalidad de los miembros de la sociedad, por voluntad propia, están de acuerdo con dicho contrato social, en virtud de lo cual admiten la existencia de una autoridad, de unas normas morales y de unas leyes a las que se someten. El pacto social es una hipótesis más autoritaria que liberal, que tiene la pretensión de explicar y justificar la necesidad de una autoridad política y un orden social jerárquico. Poniendo el énfasis en los derechos, como si éstos, aún en el caso de ser conquistados, no fueran, al cabo, otra cosa que concesiones otorgadas por una autoridad dominante. El implícito contrato social vigente es un abstracto, negativo, falso y tramposo pacto, que pudo convencer a la sociedad europea del siglo XVIII, pero que ya no cuela.

Hoy necesitamos un nuevo contrato social, positivo y concreto, perfectamente claro y explícito en sus términos. Lo que sigue es sólo un apunte, un borrador para ese nuevo Contrato Social Entre Iguales:

*Reconocemos en todos los individuos de la especie humana una igualdad esencial, que es condición previa de la libertad que nos constituye como seres humanos. Y quienes así lo creemos, acordamos:

-Asumir la herencia histórica de quienes en defensa de la dignidad y la emancipación humana se enfrentan ahora y se enfrentaron en el pasado a los regímenes totalitarios responsables de imponer el trabajo esclavo, desde sus formas antíguas hasta su contemporánea forma de trabajo asalariado.

-Que los bienes naturales del planeta Tierra deben pertenecer al común de individuos y generaciones de las especies vivas y que en nosotros, los individuos de la especie humana, por tener conciencia de ello, recae la responsabilidad del buen uso de estos bienes universales, lo que nos obliga al cuidado en común de la Vida de la que somos parte, de la Tierra que habitamos y de la buena convivencia con nuestros congéneres humanos.

-Que los bienes derivados del Conocimiento, creado, desarrollado, transmitido y acumulado por la especie humana a lo largo de nuestra experiencia histórica, son bienes comunes y también universales, que a nadie pertenecen y que, por tanto, son de uso común por todos los individuos, comunidades y generaciones de nuestra especie.

-Que, individual y colectivamente, tenemos el deber de rebelión contra el regimen de dominación hoy hegemónico, hasta lograr la disolución de las instituciones estatales y capitalistas en las que éste regimen concentra y sustenta su poder totalitario.

-Que para el perfeccionamiento de nuestras vidas y para el cumplimiento de los acuerdos a los que nos obligamos mediante el presente Contrato, nos comprometemos a organizar autónoma y comunitariamente nuestras vidas en el ámbito de los territorios por nosotros habitados, mediante la autogestión democrática de la convivencia y de los bienes comunes universales derivados de la Tierra y del Conocimiento humano, solidariamente con todos los individuos y comunidades humanas respetuosas de este Contrato.

-Que, aún esperando el uso de la violencia por parte de las instituciones del regimen totalitario dominante, nosotros sólo la emplearemos bajo el deber de legítima defensa.

Y, por tanto, quienes suscribimos este documento en todos sus términos, asumimos el deber de ajuntarnos en asambleas locales para la constitución de Ajuntamientos Comunales en nuestros respectivos territorios, como instituciones propias del autogobierno popular, fundamentado en los principios, valores y deberes del presente Contrato Social entre Iguales.

Sin duda que su redacción es muy mejorable, pero, en esencia, éstos son los términos del Contrato Social entre Iguales que, a mi entender, es necesario. Y la verdad es que, al menos en ésto, no espero grandes compañías, pero tampoco las soledades a las que ya estoy habituado.



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