viernes, 14 de agosto de 2015

DEL ABURGUESAMIENTO DEL CONCEJO. El presupuesto del Concejo de la ciudad de Palencia en el año de 1530.

 

Cripta de San Antolín. Fotografía:José Luis Alonso

Aunque existe todavía gran controversia entre quienes investigan el periodo histórico transcurrido durante los largos siglos posteriores a la romanización de la península ibérica, va ganando terreno la de quienes, apoyados por los avances de la arqueología contemporánea, señalan el predominio de una organización social eminentemente agraria y pastoril, para una población entonces muy dispersa en pequeños núcleos, que organiza su vida social y política en modo concejil, o sea,  asambleario.
Si bien, es comunmente aceptado que esta  forma de autonomía, correspondiente a una clase social mayoritaria, la del Común, se producía junto a una situación real de dependencia económica y de dominio territorial, por vía de impuestos pagados a señoríos eclesiásticos y militares que se mantenían, reproducían y multiplicaban gracias a esos impuestos provenientes de los bienes comunales y, por tanto, sustraídos al Común.  Este dominio de una clase señorial sobre el Pueblo irá creciendo en los siglos posteriores, a medida que las aglomeraciones urbanas diversifican su actividad productiva, incrementan la división social del trabajo y concentran el poblamiento a la vez que el poder de la clase dominante. 

Pero la ciudad medieval, en esos siglos de segunda repoblación (recordemos que la primera tuvo su tiempo durante los siglos IX y XI en el norte peninsular), experimentó un auge demográfico y productivo que mantenía el concejo como básico sistema de la organización social, económica y política. No es casualidad que, precisamente en el siglo XII, fuera cuando en las ciudades de toda Europa el antíguo concepto de municipio romano se renombrara como “Comuna”, que aún perdura en algunos países, en base al predominio de la vieja idea democrática de “gobierno del común”; de tal modo que la institución concejil de autogobierno es,  por entonces, básicamente similar, tanto en las pequeñas aldeas como en la nueva ciudad medieval; al mismo tiempo que una nueva clase social, la burguesa, eminentemente urbana,  va ocupando posiciones de poder y dominio en la estructura social, económica y política de aquellas nuevas ciudades o “burgos” medievales, antecedentes directos de las ciudades y el mundo que hoy habitamos. 
Sin conocer esa transformación, resulta imposible comprender la decadencia del ideal de Democracia en nuestro tiempo,  una decadencia directamente emparentada con la de los viejos concejos medievales y yo me atrevo a decir que con la de la propia idea de ciudad.

En su introducción a “La Ciudad Medieval” (Giunti Editore, Florencia, 2011), dice Jacques Le Goff : 

Como el Ave Fénix, la ciudad medieval resurge de las cenizas del imperio romano, devastado por las invasiones bárbaras. El renacimiento llega con el cristianismo: alrededor de los obispos se reconstituye un centro de autoridad y poder. Con la revolución agrícola y comercial de los primeros siglos del segundo milenio, la ciudad contempla cómo se multiplican los monumentos, las casas, las calles y plazas, para acoger a una población cada vez más numerosa que fluye del campo. Ser un ciudadano de pleno derecho no significa solamente la liberación de las servidumbres de la gleba, sino también la conquista de la libertad y la adquisición de privilegios que exaltan la capacidad individual, unidas a un esfuerzo de cooperación y de ayuda mutua nunca vistos en la historia de la civilización. La realidad urbana rompe con la rígida jerarquía feudal, inventando una nueva conciencia política; nacen las Comunas [o municipios], portadoras de un nuevo aliento de libertad y autonomía. Crisol de una poderosa renovación cultural y religiosa, el centro urbano alumbra maravillosas construcciones arquitectónicas: la admirable expresión del nuevo arte gótico y la representación del mundo se unifican en una sublime inspiración mística. Al recorrer sus tortuosas calles y encontrarse con los hombres y mujeres que las habitan, podemos comprender en verdad que esta hija del Medioevo, la ciudad, sea la madre de la actual conciencia europea”.
 
En aquel tiempo medieval, en el territorio de la actual provincia palentina, la única población que reunía las características de “burgo” medieval era la ciudad de Palencia, habitada por una exigua población que apenas superaba los 7.000 habitantes, según estimaciones referidas al año de 1530. Con mucha anterioridad y con aún menos población, Alfonso VIII de Castilla había concedido a Palencia el primer Fuero y por éste la ciudad tuvo su primer Concejo propiamente burgués, que no su primera institución de autogobierno, ya previamente existente durante la larga época visigoda como en su antiguo poblamiento vacceo y prerromano. Es en la época de la ocupación romana cuando la ciudad adoptara la denominación latina de Pallantia, origen de su nombre actual. 

De la evolución de la complejidad social y organizativa de aquella pequeña ciudad medieval da idea el establecimiento, entre 1208 y 1212, de la primera Universidad, impulsada por el obispo Tello Téllez de Meneses. Actualmente Palencia cuenta con algo menos de 86.000 habitantes, aproximadamente.

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 ESTUDIOS Y DOCUMENTACIÓN
3. PRESUPUESTOS DEL CONCEJO PALENTINO EN 1515


Para el conocimiento de la evolución histórica de la institución concejil, resulta de gran interés el documento “EL PRESUPUESTO DEL CONCEJO PALENTINO EN 1515”, recuperado y difundido por Faustino Narganes Quijano, con el que este investigador local aporta, según sus propias palabras, “una base documental importante sobre la situación hacendística palentina de los comienzos de la Edad Moderna al presentar en este trabajo la certificación que la ciudad de Palencia poseía en el año 1515 sobre las Rentas y Propios, así como de los respectivos gastos del Concejo palentino de ese mencionado momento”.

Tal certificación es suscrita por el escribano mayor del Concejo:

Yo Gonzalo Díez de Mata, escrivano mayor del concejo de la noble ciudad de Palencia e de los fecho e cuentas de la dicha ciudad, doy fee e verdadero testimonio a todos los señores que la presenten vieren cómmo la dicha ciudad tyene de rrenta de propios, asy censos commo de por vida e cadañeros en cada un año, las cosas que abaxo dirá en esta guisa e en qué se gastan e distribuyen”.
De estos presupuestos podemos deducir que a comienzos del siglo XVI el Concejo ya había experimentado un cambio radical en su funcionamiento y economía, pasando de una forma directa en el aprovechamiento del comunal a unos ingresos basados en el arrendamiento de esos bienes, iniciando así una progresiva privatización y pérdida de las tierras comunales, lo que significaría  la progresiva extinción del comunal y, a la larga, de la propia institución concejil.

Este documento puede ser consultado y descargado aquí:


http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2486742


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