miércoles, 4 de marzo de 2015

TERRITORIOS POR HACER

Comarca de las Loras. Amaya, pueblo y peña. Foto Paramio


Hace unos días, después de trabajar un buen rato sobre uno de los mapas geológicos de Las Loras, me llegó por e-correo una entrevista con el antropólogo y sociólogo francés Bruno Latour y me sorprendió leer ésto: “...nuestros predecesores nunca imaginaron que íbamos a tener que tomar al planeta completo, con sus edades geológicas, como parte de nuestra historia”. En su fondo, se trataba de una reflexión acerca de la irracional desconexión de “lo humano” y “lo natural” que, desde mi punto de vista, caracteriza al pensamiento y vivir contemporáneo, postmoderno; se trataba de una reflexión que comparto y que me viene preocupando desde hace tiempo.



En un momento de dicha entrevista, el periodista afirma: Aún así es difícil no pensar la política y la naturaleza como dos cuestiones distintas”. Y Latour le viene a responder que en la política actual se da una representación de lo natural como algo que es exterior a la sociedad humana, algo que, por tanto, no es entendido como político. “Yo sí la llamo política, porque se trata de componer el mundo común...es que la política no trata sobre discursos armados, sino sobre la composición progresiva de algo que no está terminado: no vivimos en un mundo común, debemos componerlo...y para eso hay que entender que lo social no sólo tiene que ver con lo humano, es más bien la asociación de entidades muy variadas, algunas humanas y otras no...historia humana e historia planetaria se reúnen en un proceso que yo llamo geohistoria".

Bien, pues yo añado que esa “geohistoria”, que pudiera parecer un concepto abstracto, se concreta en la noción de “territorio”, que para mí es un concepto social, un concepto de lo común que está por componer. Hablo de una historia que viene formándose desde hace millones de años y de la que nosotros, los humanos, somos parte constituyente sólo en su último minuto de existencia, desde hace tan sólo ciento cincuenta mil años. En palabras de Bruno Latour, “la naturaleza es una noción fantasmagórica que proviene del siglo XVII. Es un pensamiento útil a la ideología de la dominación que ha logrado hacerse hegemónica: el dominio de los recursos naturales y, por extensión, el dominio sobre los seres humanos, el territorio y la vida toda reducidos a su valor de mercado”.  
No creo exagerar cuando considero la reversión de ese pensamiento como el gran -titánico- reto de nuestro tiempo.

Recurro aquí al ejemplo de la comarca de Las Loras porque me siento especialmente comprometido con esta comarca desde que hace diez años iniciamos el proyecto que persigue la valorización del territorio por parte de sus actuales pobladores, al tiempo que su reconocimiento internacional como Geoparque. Proximamente, la Unesco aprobará la inclusión de dos nuevos territorios españoles en la red global de geoparques y, a día de hoy, el proyecto de Las Loras es una de las candidaturas más sólidas. Pero si no se produjera tal reconocimiento, seguiremos trabajando en ello igualmente, porque el objetivo del proyecto no se agota en dicho reconocimiento, sino que se alarga en un proceso que es creativo y valioso por sí mismo.



Volcanes y cordilleras, bosques y llanuras, desiertos y océanos, como todas las especies vivas -como nosotros, los humanos-, somos todos parte de una misma y progresiva “composición” de la naturaleza, un proyecto de sociedad. Llegaremos a entender el territorio, pues, no como una simple suma de medio natural más medio humano, sino un proyecto de comunidad natural, una sociedad hoy inconclusa y desarmada, algo que está por hacer.

De momento, lo que hoy llamamos territorios, no son otra cosa que “no-lugares”, según definiera Marc Augé y describiera Miguel Amorós: Para los estrategas del capitalismo verde el territorio es ante todo una fuente de recursos energéticos y la base de un desarrollo sostenible de la economía autónoma apoyado en macroinfraestructuras, mientras que para sus colaboradores ecologistas sería un complejo de ecosistemas cuya preservación forzaría la búsqueda de una fórmula jurídico-política que lo hiciera compatible con su explotación, es decir, con el dominio social de la mercancía. Así pues nos encontraríamos, disimulado con jerga científica o técnica, con algo similar a la idea de «medio ambiente».  
La definición de «territorio» viene por consiguiente contaminada por los intereses económico-políticos que se esconden tras ella, que en general tienden a reducirlo a espacio físico, vacío geográfico, soporte, epidermis, paisaje, mundo exterior, y, en definitiva, a lo que el sociólogo Marc Augé llamó «no-lugar» – aunque podría también llamarse «panoplia» o «decorado»–, a saber, porción de espacio sin verdadera identidad y sin habitantes, donde toda estancia es provisional puesto que en su seno todo el mundo es transeúnte o cliente, y muestra un comportamiento codificado y controlado. 
Bajo ese punto de vista, el territorio sería lo opuesto a «ciudad», oposición puramente formal, puesto que la difusión salvaje o planificada de las aglomeraciones urbanas que llevan impropiamente ese nombre tiende a fusionar ambos extremos. Actualmente, lo que llaman «ciudad» es tan sólo un «no-lugar» habitado. (Fragmento del texto “Breve exposición a la noción de territorio y sus implicaciones”, publicado en la revista Argelaga)  



Las Loras, donde hoy son tan visibles los testimonios de un espectacular paisaje construido a partir de un lecho oceánico -levantado, amontonado y cuarteado por descomunales fuerzas tectónicas como por la erosión de las intemperies durante más de doscientos millones de años-, es un paisaje que hoy nos parece vacío, tan despoblado y tan “desarmado” en su estructura física como social. Un magnífico ejemplo de territorio por componer, en el que poder aprender y comprender la Geohistoria.




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