miércoles, 31 de julio de 2013

POR LOS BARRANCOS DE TARILONTE


Hace unos meses anduvimos por estas tierras de la Sierra de la Peña, a cuyas cumbres ascendimos por el barranco de Santa Eulalia. Unos días después, un amigo, vecino de Castrejón, nos comentó que desde la cercana Velilla de la Peña (antes de Tarilonte) se puede acceder a otro barranco que está escondido en la sierra, a la altura de esa pequeña población. Y allá nos fuimos hace unos días, por descubrir ese -para nosotros- nuevo barranco. Como tenemos por costumbre desde hace unos años, no nos hemos documentado acerca de la ruta a seguir, no llevamos planos, ni brújulas, ni GPS, ni falta que nos hace. Ya preguntaremos. Preferimos sorprendernos a riesgo de dar algún que otro rodeo. No obstante, a nadie recomiendo esta costumbre, que he adquirido ya entrado en años, tras casi medio siglo de practicar el montañismo y, en buena parte de ellos, la escalada de dificultad.


Nada más aparcar junto a la iglesia de Velilla de la Peña, empezamos a caminar en dirección hacia Peña Redonda, pero sin orientación definida. Al primer paisano que vemos en una de las calles del pueblo, le preguntamos: “oiga, buenos días,  ¿qué por dónde se va al barranco de los valles?, ¿al barranco?...por ese camino, cruzan un paso de ganado y a la izquierda, dejando a la derecha una gran pradera donde verán mucho ganado”…¡para qué mas!

De momento, en lo que arrancamos a andar, yo he decidido llamar a ese barranco “de Tarilonte” y no de los Valles, que es su nombre oficial, el de los mapas, porque “de los valles” es como no decir nada. Tarilonte es palabra hermosa y rotunda, dicen por aquí que proviene del origen toponímico “fuente de Tariq” (Tariq-honte); si eso fuera cierto, Tariq ibn Ziyad, el general berebere que conquistó Al Andalus, ya estuvo por estas peñas  hace unos siglos, aunque no creo que se le ocurriera subir al barranco que yo acabo de bautizar en su memoria.



A los cinco minutos se confirma lo que dijo el amable paisano, cruzamos un paso de ganado, tiramos por el camino de la izquierda y aparece ante nosotros una majestuosa pradera con mucho ganado al fondo.


Bordeamos la praderona por un buen camino compactado, que tiene aspecto de ser minero, siempre con la mole de Peña Redonda cerrando el horizonte.


Bordeamos también el robledal que llega hasta la pradera, lo atravesamos en algún momento y llegamos a una fresca y enorme chopera, en la que podemos ver restos de las escombreras de una mina. El camino parece dar la vuelta rodeando la chopera, pero como lleva intención de ir hacia atrás, de nuevo hacia el pueblo, nosotros seguimos adelante, siempre hacia la Peña, adentrándonos en un vallejo que se va estrechando entre más escombreras, hasta llegar a un punto en el que todo indica que comienza el barranco propiamente dicho, justo donde la roca caliza aparece, emergiendo de entre el bosque, en contraste con sus verdes intensos y con los oscuros conglomerados que veníamos viendo por el fondo del vallejo.
 


En este primer tramo del barranco, éste parece intransitable, de tanta vegetación que lo inunda. Por encima de las albas rocas, podemos apreciar la espesura del inmenso robledal que puebla las laderas del monte hasta bien arriba de la peña.



Avanzamos sorteando la abundante vegetación, que va menguando en el fondo del barranco a medida que alcanzamos mayor altura.



Topamos con un punto de cierta dificultad y preferimos no arriesgar, por lo que, en fácil trepada salimos durante unos metros por encima del barranco, lo que nos permite ver de nuevo el horizonte abierto y  la contundente mole de Peña Redonda.


Descendemos nuevamente al fondo del barranco, que ahora se enfila más a derecho, sin tantas revueltas, ya en pleno reino de la roca pelada, sin apenas vegetación.









Voy aprendiendo algo de flora, que falta me hace, para lo que  Fini se presta, transmitiendome su extensa sabiduría al respecto. Esto, por ejemplo, es un “sello de salomón”… y me dice también el nombre en latín, con escaso provecho por mi parte, y luego me cuenta las propiedades medicinales de las plantas que me va dando a conocer. En ello, seguimos subiendo por el barranco, que a estas alturas se convierte en un pasillo estrechuco.



Poco más arriba, de repente, el barranco termina bruscamente en una pradera muy grande, de pasto alpino, que se abre formando una especie de plató, en el que ya podemos divisar las cumbres que nos rodean y el valle que hemos decidido seguir de aquí en adelante, en dirección Este.





  
Seguimos una senda que va paralela al arroyo que surca el fondo del valle, ahora seco, y echamos una mirada atrás para ver el camino traído y, ¡cómo no!,  la cima de Peña Redonda.


Más adelante nos encontramos en la confluencia de dos altos valles y decidimos seguir por el de la izquierda, que nos parece más accesible, para alcanzar el cordal cimero cuanto antes. Ya metidos en esa faena, damos con un chozo a medio reconstruir, de los tradicionales, los que  usaban por aquí  los pastores en su transhumancia local, buscando en verano el pasto fresco de las alturas.


Y en lento ascender, por un terreno pedregoso y resbaladizo en lo más alto, alcanzamos el deseado collado que -como había imaginado- nos asoma al Valle de Miranda y nos sitúa en una balconada en la que podemos ver gran parte del macizo de Fuentes Carrionas, corazón de la alta montaña palentina, con el pico Curavacas frente a nosotros.


Tras breve refrigerio, tomamos la decisión de seguir el cordal en dirección Sur, para asomarnos a la gran llanada que se abre a los pies de la sierra, hacia los pinares de Saldaña y los campos góticos de Palencia. Calculamos una sucesión de tres collados para hilar un recorrido que nos permita avanzar por el cordal sin apenas subir, a la vez que perdiendo la menor altura posible. Vemos ese collado al fondo y, por debajo, a su altura, también vemos a un corzo curiosón, que subía hacia el mismo collado que nosotros y que se ha detenido, mirándonos, que parece esperarnos, hasta que a menos de doscientos metros, huye como un “cuete”, ladera abajo.



Antes de llegar al collado, echamos la vista hacia el valle que dejamos a nuestra derecha y por debajo, que desciende en plena dirección sur y directo hacia el inmenso llano. Unas afiladas formaciones rocosas enmarcan el valle en su parte alta y, tras su perfil, podemos ver la silueta del Pico del Fraile, otra de las vecinas y grandes cumbres de esta Sierra de la Peña.



Llegados al anhelado  collado, iniciamos un vertiginoso y directo descenso entre pastizales, por lo que parece una riega somera, que enseguida va dando paso al imperio de la roca viva, donde la paciente agua de los siglos viene escavando un surco profundo, que en unos pocos millones de años llegará a ser barranco de gran porte, como el que hemos subido esta mañana. En su parte final, reconocemos el punto del barranco protagonista -el recien nominado de Tarilonte- en el que desagua, a escasa distancia del plató en el que éste último arranca su existencia. Desde allí podemos ver la vertiginosa bajada que hemos seguido por el incipiente  barranco que, de momento, carece de nombre.  




Retomamos el fondo del barranco  y descendemos hasta un punto del mismo en el que se ensancha; y por allí decidimos salir de la hondonada, para ir por su borde, buscando ahora un terreno más franco, para bajar más rápidamente. Volvemos al barranco justo en el sitio donde lo iniciamos por la mañana. Y miramos hacia atrás, por ver si Peña Redonda seguía en su sitio.




Llegando a la chopera ya conocida, nos acercamos a una fuente que por la mañana nos pasó desapercibida entre los árboles y sus sombras. Sin duda, porque entonces teníamos la cantimplora llena.





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