Arrastramos
una noción de lo rural que no se
corresponde con la realidad. En esa anticuada visión a la que me refiero, lo
rural se concibe como territorio ocupado por sectores de población dependientes
de la producción agropecuaria, al tiempo que es percibido en permanente contraste
con lo urbano, caracterizado éste como territorio ocupado por poblaciones vinculadas
a las actividades industriales y a los
servicios. Esa noción pertenece a un
pasado que se corresponde con la fenecida época de la revolución industrial,
previa al auge y expansión universal del
actual capitalismo financiero, que ha globalizado la economía y la
cultura, que ha industrializado la agricultura y la ganadería, que ha deslocalizado
los sistemas productivos y arrollado las culturas locales, en un proceso de
empobrecimiento generalizado de la biodiversidad. Junto con la destrucción acelerada de los recursos naturales, que constituyen
la base material del sistema productivo,
el capitalismo financiero ha arrasado también la diversidad
cultural asentada durante siglos en un
largo proceso de producción y
transmisión de conocimiento y saber hacer, generado en los territorios locales,
esencialmente rurales.
Situados
en la actualidad y comprendida su
barbarie implícita, podemos empezar a imaginar
una nueva ruralidad, ni marginal, ni contrapuesta a lo urbano, sino
constituyente de una misma realidad, con problemas esenciales que no son sino
la otra cara de la misma moneda. Territorios rurales que son inviables por su
carencia de capital humano (la despoblación) y territorios urbanos que son inviables por la situación
contraria, de sobrepoblación. Conviene recordar que el año 2008 ha marcado una línea
histórica a nivel de la evolución humana, pues ha sido el año en que la
población urbana ha superado a la rural, considerado el mundo en su conjunto.