domingo, 27 de febrero de 2011

NO ES MOMENTO DE HECERNOS LOS DISTRAÍDOS

Gadafi con Berlusconi, Sarkozy, Medvédev, Obama y Ban Ki Moon 
en julio del 2009, en la cumbre del G-8
Me permito plagiar el título de un reciente y recomendable artículo de Raúl Zibechi, publicado por el periódico mejicano “La Jornada” y reproducido por la revista digital REBELIÓN. 


*Vicenç Navarro precisa en  SISTEMAS Digital, que “una de las causas de las movilizaciones en el mundo árabe fue la aplicación, por parte de las élites gobernantes, de políticas neoliberales que afectaron negativamente a las clases populares”, además de alertar sobre la manipulación informativa de los grandes medios dominantes, que están poniendo especial énfasis en transmitirnos que todas estas movilizaciones no tienen nada que ver con la crisis  sistémica del capitalismo y presentándonos  como  “nuevos agentes del cambio social” a jóvenes estudiantes diestros en el manejo del Facebook, ignorando por completo que esos jóvenes –griegos, árabes y norteamericanos- pertenecen a la clase trabajadora; como el joven tunecino -Mohamed Bouazizi-  que se inmoló a lo bonzo, absolutamente desesperado por no encontrar trabajo ni modo de supervivencia, y que fue la espoleta para avivar la llama del levantamiento popular en Túnez. No se trata de una situación nueva, como nos quieren hacer creer; lo que es nuevo, como dice Vicenç Navarro, es “el  olvido de las categorías de análisis -como clase social y lucha de clases-, categorías consideradas como superadas y anticuadas”, cayendo con ello en una simplificación, dirigida a crear una imagen interesada de las revueltas, haciéndonos creer que están promovidas por jóvenes estudiantes, armados de móviles e internet. 

La revuelta en Egipto

*Aunque en estos días sean las revueltas populares de los países árabes las protagonistas de la información mediática, no conviene olvidar que el actual movimiento de insurrecciones populares se inició en 2008, en Grecia, a raíz de la muerte -por disparos de un policía- de un joven de 15 años  llamado Alexandros Grigorópulos; y aunque éste fuera el detonante, los disturbios se produjeron en el marco de una previa y generalizada situación de descontento social y de reivindicaciones de orden económico, sumadas a una percepción mayoritaria de la corrupción gubernamental. El último caso de estas protestas obreras ha ocurrido en EEUU, en el estado de Wisconsin, donde su nuevo gobernador, el republicano Scott Walter -de la corriente Tea Party- intentó aprobar una ley en el parlamento del estado para reducir el sueldo de los funcionarios públicos un 7%, disminuyendo también sus pensiones y obstaculizando además la sindicalización de los trabajadores en el sector público.

*Cuando parecía que el escenario de las revueltas en el mundo árabe era decididamente anárquico y pacífico, y que como fichas de dominó podrían ir cayendo una a una las vergonzosas dictaduras  de la zona, surgen dos  nuevos actores que a buen seguro serán decisivos para el devenir de los acontecimientos: Gadafi y Obama.  Gadafi, el excéntrico miembro del G8, el dictador aliado del occidente capitalista, es un trastornado peligroso que está masacrando a la gente de su país que se manifiesta en su contra y, a la desesperada, está intentando desviar la atención hacia Al Qaeda, señalando a esa organización terrorista como impulsora de los levantamientos populares en Libia. Cuando escribo ésto, se acaba de hacer público que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha aprobado por unanimidad un paquete de «duras» sanciones contra el régimen libio. Entre éstas figura el bloqueo de sus cuentas e instar al Tribunal Penal Internacional de La Haya  a juzgar a Muamar Gadafi por crímenes contra la humanidad.

Por su parte, el presidente Obama  ha concretado la que será la posición de los EEUU respecto de los movimientos de insurrección popular en el mundo árabe, que se resume en una estrategia dirigida a “blindar a las democracias emergentes”, lo que parece muy bien intencionado, pero que traducido al castellano, viene a significar “meter en el carril de las democracias capitalistas, lideradas y controladas desde Washington”.

*Sin dejarme distraer  por las noticias periféricas y prevenido contra la manipulación mediática, mis propias y provisionales conclusiones me llevan a pensar que  las cuestiones clave de la histórica revuelta árabe de 2011, a la que estamos asistiendo, bien pudieran ser:
-Que se producen en un contexto histórico y geográfico internacional de reacción popular contra la crisis global  y sistémica del capitalismo.
-Que, sin olvidar las grandes diferencias locales existentes, los levantamientos en el mundo árabe tienen en común que demandan “democracia y trabajo junto a derechos sociales y económicos básicos”, que nada tienen que ver con la religión, sino con el hartazgo de las jóvenes clases trabajadoras de esos países, por la falta de democracia, por la corrupción de sus gobiernos y, sobre todo, por las políticas liberales que están aplicando en perjuicio de los más desfavorecidos.
-Que se trata de una revolución cívica y democrática, que representa una apertura del nacionalismo islámico hacia la izquierda y una oportunidad  de alcance histórico para el emergente socialismo panárabe.
-Que son movimientos solidarios, nacionalistas y anticoloniales, depositarios de una larga tradición antiimperialista, consolidada en torno a Palestina e Iraq.
-Que con las revueltas árabes, la crisis capitalista y global entra en una fase imprevisible, protagonizada por un factor nuevo, “el poder popular”, que la gente de todo el mundo ha podido ver “que existe y que funciona” y que, de momento, no parece controlado por las oligarquías nacionales ni por las corporaciones multinacionales.
-Que algo similar puede suceder en cualquier parte del planeta y que es previsible que la crisis  y descomposición progresiva del sistema capitalista se lleve por delante a muchos gobiernos y a algunos estados, porque entramos en una fase de descontrol y caos generalizado, que precede a un  mundo nuevo.

Y que, en definitiva, “no es momento de hacernos los distraídos”, porque la situación nos emplaza a hacer una profunda opción ética que, sin duda, cambiará nuestras vidas. No hay otro camino que estar con la gente más débil, con los desposeídos de la tierra, con los que más necesitan ese mundo nuevo que, como nunca, se nos muestra  hoy como una inquietante oportunidad al alcance de la mano.

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