jueves, 9 de julio de 2015

UNIDAD POPULAR SÍ, PERO ¿PARA QUÉ?




A priori, no me cabe duda de que los procesos de unidad popular puestos en marcha para las próximas elecciones generales, son más democráticos que el iniciado por el partido Podemos, que también se autodefine como tal. Desde mi punto de vista, la cuestión esencial no reside en las carencias del procedimiento sino en las  de sus principios, finalidad y estrategia.
Desde la propia visión estratégico-electoral de quienes impulsan el actual proceso de unidad popular, sus posibilidades electorales disminuyen notablemente en caso de tener que competir con Podemos y con Izquierda Unida en las urnas; y en caso de integración o coalición, el riesgo está en su absorción en beneficio de la estrategia ciudadanista y socialdemócrata de Podemos. Pero la contradicción mayor insisto en que se localiza en el  origen de esta concreta iniciativa de unidad popular, en haber nacido exclusivamente para la convocatoria electoral, cuando han visto en ella una oportunidad, un resquicio por el que tocar el poder, dada la situación de relativa debilidad electoral en que se encuentra el tandem bipartidista PP-PSOE.


Todos los intentos de hacer un programa consensuado desde las asambleas ciudadanas nace viciado por esta intencionalidad electoral, que por sí supone una aceptación implícita de las reglas de juego del sistema. Porque, aunque la intención fuera cambiar esas reglas -en caso de alcanzar una suficiente cuota de poder-, quienes conocen sus verdaderos resortes saben que éstos no están en el gobierno, sino que se hayan diluidos en una compleja y blindada maraña institucional, perfectamente diseñada para la reproducción y perpetuación del sistema: la propiedad privada, el trabajo asalariado, las corporaciones financieras, su entramado nacional-global, todo el aparato legal y productivo, el mercado “libre y global” capitalista...y, por encima de todo ello, los ejércitos nacionales y de la OTAN que, en última instancia, garantizan la defensa, imposición y continuidad del sistema de dominación, la fuerza armada que a la postre constituye la verdadera esencia del sistema en su actual forma geoestratégica de bloques.

Esas y no otras son las instituciones que constituyen el sistema, el real y concretamente existente, estatal-capitalista, el  que se pretende gobernar con el impulso de unas masas populares educadas -fundamentalmente por los partidos de la izquierda- en los principios burgueses del mismo sistema que se pretende asaltar. La educación para el estado de bienestar es su contradicción irresoluble, la trampa sin salida en la que está atrapada toda iniciativa de unidad popular liderada desde esa izquierda y que tan útil resulta a la estrategia final de la derecha. Su ideología del bienestar basado en la posesión y el dinero, en la capacidad de consumo, es el auténtico bipartidismo ideológico que hermana a los partidos de la izquierda y la derecha, la enfermedad fatal con la que nace muerta esta unidad popular.
Estamos hablando, pues, de una quimera, de una nueva y anunciada derrota, una más entre todas las acaecidas durante más de dos siglos de historia del Estado moderno en su forma capitalista, estamos hablando del sistema de dominación y de su alter ego, de la ideología obrerista-ciudadanista propia de la izquierda residual, absolutamente desorientada ante el largo historial de sus fracasos y que, no obstante, de modo pertinaz, sigue manteniendo un discurso anticapitalista al tiempo que una praxis contradictoria, socialdemócrata y/o estatalista.

Estamos hablando de la iniciativa de una izquierda definitivamente autolastrada por el peso histórico de sus errores y contradicciones. Una y otra vez impidiendo la revolución necesaria en los momentos críticos de la historia; que dice estar frente al sistema y todo lo que hace es para afianzarlo. Una y otra vez encauzando la rebeldía de la gente hacia el redil institucional del Estado, poniendo a parir a los bancos y al mercado, pero aceptando, de hecho, el estatus financiero basado en la deuda de las personas y de los propios estados; aceptando la injusticia inherente al mecanismo distributivo de los mercados...una y otra vez proponiendo medidas ecologistas a la vez que la reindustrialización productivista que arrasa los recursos productivos naturales; criticando a la patronal de los propietarios, pero prometiendo crecimiento desarrollista para crear más empleo asalariado, más trabajo que perpetúe la patronal y la relación de dominación que se esconde en el contrato laboral,  que sirve de fundamento a la división de la sociedad en clases. Y lo más grave de todo, una y otra vez propagando la religión del dinero, los contravalores materialistas y reaccionarios de la cultura burguesa, anteponiéndolos a los valores humanos esenciales, los relativos a la espiritualidad y a la cultura, una y otra vez cosechando lo sembrado...necesitando al Estado como la Policía necesita a la delincuencia, para justificar su salario. Pero lo cierto es que el Estado sólo necesita a esta izquierda lo mínimo e imprescindible, sólo para justificar su teórica pluralidad y su escénica representación de la democracia burguesa. Esa es, a día de hoy, su ambigua y lamentable función histórica, la de alejar de los individuos la idea y proyecto de revolución...a no ser en su versión banal y publicitaria, como marketing político-electoral, imitando la estrategia de las marcas comerciales cuando ofertan sus “revolucionarios” productos.

Hay otra unidad popular posible e inmediata, a condición de no coger atajos, de no seguir a pie juntillas la lógica abstracta del poder, de no dar crédito a su retahíla de abstracciones, como “la democracia”, “la nación”, “el bien común”, “la ciudadanía”...a condición de hacer más que decir, de hacerlo en asambleas concretas, en democracia directa y concreta, practicando la soberanía concreta, en cada comunidad y territorio concreto...recuperando los bienes comunales históricos y concretos, construyendo cooperativamente los nuevos bienes comunales, universales y concretos, que son la Tierra y el Conocimiento, construyendo verdadero y concreto contrapoder local y global, construyendo desde el territorio confederaciones territoriales de asambleas comunales, soberanas y autónomas, como alternativa concreta frente al concreto sistema de dominación...

Ahora bien, lo cierto es que esa unidad popular a la que me refiero, basada en la democracia directa y la comunalidad, sólo puede ser construida por individuos libres y conscientes de la realidad, nunca por individuos rehenes del sistema. La tarea primigenia de la unidad popular realmente necesaria, creo yo que consiste en reconstruir el sujeto ético y comunitario que puede hacerla posible. Entonces sí que podremos construir la unidad popular en la versión que, al menos a mi, me parece necesaria y concreta: para superar el estado de dominación y acabar con el sistema, no para otra cosa.


1 comentario:

Loam dijo...

Estoy de acuerdo.