sábado, 13 de junio de 2015

POR SI NO FUERA CIERTO EL FIN NATURAL DE LA HISTORIA


Es tal el peso de la economía, en cada minuto y resquicio de nuestras vidas, que no me extraña que alguna gente piense que esta ciencia tiene por objeto el amaestramiento de los individuos, su educación y adaptación al progreso. Los escasos individuos que hoy comparten el deseo y proyecto de una sociedad alternativa suelen desatender la ciencia económica, lo hacen a raíz de su desprecio experiencial por esta ciencia que, no obstante y a su pesar, se halla bien sostenida desde la universidad y la política, porque es, sin duda, la más principal de las ciencias en el mundo global de hoy. De tal modo es totalitaria esta ciencia que la propia política ha dejado de tener sentido, eclipsada por la suprema razón científica y tecnológica, la económica. Parece haberse cumplido la profecía de Fukiyama sobre el fin de la historia, con la vida humana anclada en un eterno presente económico y de progreso, con una vida conforme a las sagradas leyes económicas-naturales: la propiedad privada, el libre mercado, el desarrollo ecológico y el crecimiento sostenible.




Terminada la época de la guerra fría hemos entrado en un estado permanente de guerra caliente, guerra de guerrillas. No ha lugar para la lucha ideológica de antaño, causante de vuelcos económicos y revoluciones sociales, eso se ha terminado, se acabó esa historia. La misma guerra es hoy otra cosa, en este presente contínuo de la realidad económica contemporánea, por fin constituida como pensamiento natural y único. La guerra debe ser también natural, libre, ecológica y sostenible, como los es la competencia económica, como lo son los terremotos, los sunamis y los cambios climáticos. La guerra debe ser aceptada como consustancial a la vida humana; si no existiera habría que inventarla, a condición de preservar su naturalidad económica y vital; por eso debe ser geoestratégica, calculada y aséptica, debe evitar el grosero cuerpo a cuerpo, debe estar hecha por francotiradores profesionales, drones teledirigidos, las crisis deben estar bien organizadas y, para ello, la guerra debe ser comandada desde los servicios centrales de inteligencia, dirigida por gente competente, por los estados mayores de las corporaciones financieras y estatales. Sus daños colaterales deben ser aceptados por la sociedad, porque son el coste natural que hay que pagar en la defensa de los valores de la civilización, son el precio del progreso natural, sucesos periódicos y acostumbrados, tanto como la pérdida de vidas humanas en el tráfico -terrestre, aéreo o marítimo-, pero no más.



Auxiliada por la industria vírica y farmacológica, la guerra neutraliza los efectos perniciosos de la demografía, reequilibra el crecimiento exagerado de las poblaciones, ayuda a superar las hambrunas y las crisis económicas provocadas por el descontrol de la natalidad, restituye las tasas de ganancia del capital, favorece su acumulación y concentración, estimula la inversión que sigue a la devastación de las ciudades bombardeadas...la guerra es, en definitiva, un inagotable yacimiento de empleo. Por eso, los mercados necesitan a la yihad que corta cabezas y destruye obras de arte, tanto como los estados necesitan  a la mano de obra consumidora y contribuyente, tanto como la policía necesita a los terroristas, anarquistas y a todo tipo de delincuentes. Si no hubiera tráfico de drogas, ni VIH, ni conflicto de civilizaciones, habría que inventarlos. O inducirlos al menos. Sin competencia ni guerra, la inversión se paralizaría, los bancos dejarían de fabricar crédito y dinero, se alteraría el ecosistema capitalista, se acabaría el progreso y el mundo mismo, todo al mismo tiempo. 

La economía y la historia, el crecimiento y el cambio son, por tanto, incompatibles. El cambio no puede, en todo caso, pasar de aparente, esa es su función, disuasoria y neutralizante...para seguir creciendo y que todo parezca nuevo sin llegar a serlo. El progreso ha de ser sostenible, siempre natural e igual a sí mismo, siempre fundado en el instinto y estímulo de la competencia, ley natural de la evolución de las especies, representativo de la pura realidad, de la lucha natural entre clases, naciones y géneros, pura libertad de mercado y puro estado de derecho. La pureza económica, afortunadamente, está sólidamente asentada sobre la inquebrantable aceptación de los individuos y las masas, afortunadamente bien educadas. Pura democracia, eso es la economía, lo natural. Y lo demás es historia...puro cuento.



Dicho ésto, aceptada la realidad tal como es, no me extraña que las multitudes y los individuos nos hallemos perfectamente dispuestos a la adaptación, que sólo en ella veamos nuestra única posibilidad de subsistencia. Y no me extraña (permítaseme un ejemplo casero) que el 15M haya  regresado a la realidad tras despertar de su sueño político, asambleario y de consenso, tan antieconómico e  inadaptado a la lógica de la natural competencia democrática entre facciones, tan alejado de la natural guerra ecológica y de clases, ¡tan en las antípodas de la realidad natural!



Pero, supongamos que por cualquier circunstancia, hoy desconocida, algún día tuviéramos que volver forzosamente a la historia, que fallara toda la geoestrategia económica y militar; supongamos que, por ejemplo, nos quedáramos sin naturaleza y que, inmersos en tal supuesto colapso, tuviéramos que virar la dirección en sentido contrario, tuviéramos que adaptarnos a vivir en la caduca y antinatural historia,  prescindir de la calefacción de los parlamentos para volver a la intemperie de las plazas, de la seguridad del pensamiento único y la mayoría absoluta para volver a la zozobra de la pluralidad, a la esforzada reflexión y debate que preceden al consenso...adiós por siempre al entretenido progreso, a sus tentadoras ofertas de barra libre e ilimitada, de vuelta a la sobriedad del consumo ajustado a lo mínimo y necesario, a la sosa convivencialidad humana, a la insulsa falta de competitividad, a la aburrida paz con uno mismo y con los otros, al incómodo, primitivo y trabajoso trato con la tierra; supongamos por un momento que nos tocara vivir a la inversa que hoy, en un progreso sin naturaleza...



Pero, ¿y si llegara de verdad el caso?, ¿cómo improvisar entonces una forma de vida tan distinta?, ¿no sería mejor ir ensayando desde ahora?, ¿aunque sea en minoría y poco a poco?, ¿aunque sólo fuera por estar prevenidos, sólo por si acaso?...ahora tenemos la ventaja de conocer los errores "antinaturales" cometidos en otro tiempo, los que dieron lugar al fin de la historia.




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