sábado, 6 de diciembre de 2014

LA VIOLENCIA SISTÉMICA Y “EL PICO DE TODO”

“Lo obvio debe ser enfatizado, porque ha sido ignorado mucho tiempo”.

Nicholas Georgescu-Roegen 1906-1994), matemático rumano, autor de “La ley de la entropía y el proceso económico”




¿Tienen algo en común el fracking con el yihadismo o la violencia de género con la ecológica y ésta con la violencia económica del trabajo asalariado?... sí, son manifestaciones de una misma violencia sistémica. 
¿Es que no vemos que en el avance del fracking o del yihadismo islamista, como en todas las últimas y en las actuales guerras, están las huellas de una misma y violenta urgencia por hacerse con el control geopolítico de una energía, la del petróleo, que se desvanece?

Discutía hace unos días acerca de la violencia de género, en medio de una reflexión que desde hace tiempo me ha llevado a pensar que ésta, como otras violencias, no pueden ser pensadas aisladamente, descontextualizadas de la violencia sistémica que a mi entender es sustancial al regimen hegemónico que viene liderando la civilización humana desde los inicios de la modernidad estatal e industrial. Ese mismo regimen ha logrado, además, imponer la idea de que la violencia es algo natural al ser humano, algo que no puede ser superado sino encauzado a través de la educación, de campañas de concienciación, de leyes y de mecanismos represivos o de control. Ni ética ni ontológicamente es aceptable este pensamiento, por muy hegemónico que sea, porque de hacerlo, el camino queda abierto para la aceptación del sistema estatal-capitalista fundamentado en una concepción esencialmente violenta del mundo como objeto de apropiación y explotación.


Todos los seres vivos son impulsados hacia la supervivencia por el instinto de conservación, que se autorregula mediante normas de la propia naturaleza y que en el caso humano son normas éticas, que hacen posible la convivencia entre humanos, como entre éstos y el conjunto de la naturaleza de la que formamos parte. La violencia no es, pues, consustancial a la condición humana, sino a la condición del sistema imperante, es en su desarrollo histórico-social donde se encuentra la explicación de la violencia en sus múltiples manifestaciones actuales. De ahí el enfrentamiento radical entre dos formas de conocimiento cuya reconciliación resulta imposible.

Pongamos como ejemplo el razonamiento que encuentra la causa de la actual crisis económica en la naturaleza consumista de la sociedad (“hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, se decía); este razonamiento, admitido como “mayoritario y oficial”, emitido desde el sistema, se comprende que sea imposible de conciliar con la teoría del conocimiento contraria y hoy minoritaria, que encuentra la causa de la crisis en la naturaleza corrupta del propio sistema imperante. O, volviendo a la violencia de género: el razonamiento que encuentra la explicación de la violencia ejercida contra las mujeres en una "naturaleza dominante, innata en los hombres", a la que hay que reprimir y castigar enfrentando a ambos sexos; un razonamiento que nunca admitirá que la causa pudiera encontrarse en la esencia dominante del sistema, cuya violencia sistémica es igualmente ejercida sobre hombres y mujeres.

Se ha explicado fallidamente al ser humano como una abstracción, cuando en realidad estamos hablando de nosotros mismos, de seres concretos que realizamos nuestra existencia en un tiempo, espacio y sociedad concretos y que, por tanto, sólo podemos comprendernos en ese contexto histórico-concreto. Explicar las causas de la violencia y de sus diferentes manifestaciones (de género, económicas, políticas, jurídicas, educativas, sociales, ecológicas, religiosas, físicas o mentales) no es posible sin investigar las estructuras que sustentan el poder del sistema dominante, sin investigar cuál es su esencia y sus consecuencias, su perfil y sus límites. Si de verdad pretendemos la desaparición de la violencia, ésto sólo es posible buscando la desaparición de aquello que la engendra.


La violencia ecológica, otra forma de la misma violencia sistémica, está siendo igualmente aislada de su contexto histórico. Hablamos del “pico del petróleo” cuando la contundencia de la realidad nos dice que deberíamos hablar del “pico de todo”. En el caso del petróleo la palabra “pico” es utilizada como metáfora de un deslizamiento hacia la escasez, que sirve para camuflar el anuncio de un colapso, el de una civilización industrial fallida, liderada por un poderoso sistema construido sobre pies de petróleo, algo más endeble y finito que el barro.

El “pico alimentario” es otro tanto de lo mismo; baste pensar en el significado de estos datos reales: cada kilo de maíz nos proporciona algo menos de 800 kilocalorías alimentarias, mientras que el gasto energético necesario para producirlo (laboreo agrícola, recogida, procesamiento y empaquetado, transporte, distribución, etc) asciende a a más de 6.000 kilocarías. Es sencillamente absurdo, la agricultura ha pasado de ser una fuente energética a ser un sumidero de energía. Y ocultarlo no hace sino retrasar y dificultar la solución. Un agricultor industrial que vaya hoy a un país del tercer mundo recomendará a los campesinos de allí el uso de la agricultura industrial, sin saber el absurdo de la situación que se aproxima, sin saber que cuando carezca de combustibles fósiles se verá obligado a contratar a esos mismos campesinos pobres para producir alimentos con su método tradicional ya olvidado. La soberanía alimentaria es un concepto insuficiente si no se desvincula de la racionalidad instrumental del sistema económico capitalista, si no se desvincula de la vieja visión sindical y corporativa del campesinado continuador de la mentalidad burguesa que aspira a la propiedad de la tierra, si no se transforma en una visión comunal de esta propiedad y en una contestación integral al sistema estatal-capitalista.

El poder del pensamiento hegemónico nos impide ver la inminencia e inevitabilidad del colapso, que necesariamente será social y ecológico al mismo tiempo. Sabemos que tras el pico del petróleo sucederán -ya están sucediendo- otros muchos picos encadenados, que se empujan unos a otros como las fichas de un dominó. La disyuntiva no es, pues, colapso o no colapso, sino si el colapso sucederá estando preparados o no para afrontarlo. De no ser así, sólo podemos esperar un desenlace en forma de autodestrucción y barbarie generalizada. No son ganas de agriar la fiesta, yo soy un optimista existencial, son ganas de ponerle remedio a tiempo. Ya sé que ahora estamos muy pendientes de nuestras miserias individuales y domésticas, ya sé que la mayoría de la gente tiene su mirada puesta en el corto plazo, en las dificultades inmediatas, como mucho en las próximas elecciones, pero alguien tendrá que avisar de lo obvio: que si sólo miramos hacia el suelo que pisamos no podremos corregir la dirección que llevamos, no podremos prepararnos para salvar un abismo hacia el que avanzamos sin verlo.

El cambio climático es otro de los picos anunciados, como si de éste pudiéramos librarnos con algunas medidas de economía “verde” y cuatro recomendaciones de consumo ecológico, sólo orientadas a crear nuevos yacimientos de negocio, esa sublime parodia de la sustentabilidad que pregona el neocapitalismo “ecologista”. Del “pico del trabajo” ni se habla todavía, cuando cualquiera que se detenga a pensar sobre ello un momento, se dará cuenta de que, como en el caso del pico del petróleo, ya estamos en un punto sin retorno. El trabajo humano ha sido mercantilizado hasta depreciarse y carecer de valor de cambio en el sistema capitalista, al que ya no le es rentable su explotación, porque logra más productividad y beneficio en el trabajo realizado por máquinas y más beneficio aún en el negocio financiero, produciendo sólo crédito, sólo dinero. La renta básica se convierte así en la única forma con la que el capitalismo espera evitar el colapso social y económico que significará el inevitable desempleo y pobreza generalizada.

Una vía de solución es apuntada por Wallerstein cuando afirma que son necesarias “... no sólo un nuevo sistema social, sino nuevas estructuras de conocimiento, en las que la filosofía y la ciencia ya no estén divorciadas, y volver a la singular epistemología en que se perseguía el conocimiento antes de la creación de la economía-mundo capitalista”. Lo que viene a significar que la violencia sistémica sólo podrá ser resuelta mediante la negación dialéctica de la totalidad del sistema imperante y en todas las dimensiones de su actual forma estatal-capitalista, global y totalitaria...y sólo a partir de formas fraternales de vida en comunidad, que se correspondan con las necesidades integrales de la naturaleza de la que somos su parte más consciente y, por tanto, más responsable.


La catastrófica realidad del presente no hace más que evidenciar la obviedad de lo que se oculta, que la violencia sistémica ejercida contra la humanidad y contra la naturaleza, no es sino un proceso multidimensional y extremadamente complejo, un proceso histórico que resulta irreversible mientras la historia de la humanidad y la naturaleza sigan siendo guiadas por el sistema de dominación que reproduce y perpetúa la violencia y que nos ha conducido hasta esta dramática encrucijada. Se trata de una perversión del pensamiento epistemólógico, de la propia teoría del conocimiento, que nos sitúa en la misería de la no concreción, en la que la violencia contra la humanidad y la naturaleza es abordada desde su apariencia abstracta, derivándolo de factores subjetivos y con sublime ignorancia del sistema que lo genera. No es casualidad que su análisis de las condiciones históricas, las concretas, se sitúe en el ámbito de un idealismo especulativo y simplista.

Coincido con quienes pronostican que la amenaza de desplome y colapso que pesa sobre la economía capitalista no es debida a la falta de control, sino a la incapacidad del propio sistema para encontrar una salida a los límites de su propio mecanismo de reproducción, convertido en un callejón sin salida. Y que, por tanto, la salida del capitalismo sucederá de todos modos, de manera bárbara o civilizada.


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