lunes, 19 de mayo de 2014

1. DESCONEXIÓN ELECTORAL: LA ABSTENCIÓN COMO DEBER



Voy a desconectar, decimos ingenuamente cuando llega el fin de semana. Del trabajo, de los noticiarios, del consumismo, de la rutina diaria...como si ello fuera posible, como si existiera un límite, una frontera que pudiéramos traspasar para colocarnos al otro lado, en un espacio libre y autónomo, desconectados de una vida que no nos pertenece, que en todo depende de normas, leyes, obligaciones, coacciones que nos son dadas, impuestas por una forma de vivir que no hemos elegido. Yo creo que a pesar del autoengaño, en ese impulso de huida alienta un “querer vivir”, el sueño de una vida propia y, aunque no lo pensemos, existe un hálito de rechazo al orden vigente; eso sí, un rechazo familiarizado, que a fuerza de costumbre hemos incorporado a la  rutina diaria.


En cuanto volvemos al horario de la “normalidad”, ese breve sueño de libertad y autonomía se esfuma, volvemos a recuperar un extraño estado febril, en el que actividad y pasividad se combinan para lograr un equilibrio patológico, que nos permite creer que no estamos locos porque estamos “dentro” de la normalidad y que, por tanto, los anormales son quienes a ultranza se sitúan “fuera” de ella: individualistas, extranjeros, marginados y delincuentes. Y aún así, el Regimen hace cuanto puede por integrarlos, por volverlos a su equilibrio patológico. A los individualistas les afilia al partido de los ultraliberales y anarquistas, a los extranjeros les asigna el papel de “enemigos del empleo nacional” o les sindicaliza en la economía sumergida; a los marginados les mete en la cárcel de la pobreza, les muestra en las colas de Cáritas para que sirvan de escarmiento; a los delincuentes les coloca en la cárcel extramuros, para darles de comer aparte, para lo mismo.

Nadie se libra de estar Adentro porque el regimen de dominación nos habita, lo llevamos dentro de nosotros, estamos conectados a él permanentemente, no existe un Afuera. Da igual que trabajes, que estés jubilado o en el paro, cualquiera que sea tu situación acabarás siendo protegido, incluso puedes acabar cobrando del Estado; para ello hemos sido adoctrinados, nos han acostumbrado, ahora son los subsidios de paro, las pensiones de viudedad, de incapacidad o jubilación, mañana será la renta básica de ciudadanía. 
La mayoría de las personas del primer mundo han dejado de ser necesarias en las tareas de producción, en el proyecto de la sociedad-metrópolis ya en marcha, sólo los consumidores tienen colocación asegurada, la producción será asunto de máquinas y de élites dirigentes-especialistas, tecnológicas, financieras y políticas. A las clases subalternas, a los funcionarios, les toca hacerse cargo del funcionamiento de los servicios de control social: de las fuerzas del orden, de la información y la comunicación, de la educación y la salud...el escaso trabajo humano productivo es auxiliar de las máquinas, los trabajos manuales más denigrantes quedan reservados para las masas no cualificadas del tercer mundo. Y todos estaremos dedicados a consumir. 

El sueño de Henry Ford, pionero del estado de bienestar y de la sociedad de consumo, ha sido superado (“hay que pagar a los obreros lo suficiente para que puedan comprar los coches que fabrican”); ahora, el Mercado necesita producir más mercancías que nunca, sabe que caerá si para de crecer, necesita muy pocos productores y muchas máquinas para producir cada vez más mercancías y, por tanto, cada día necesita más, muchos más consumidores: el absurdo está sembrado y ya vemos asomar los brotes verdes. 

En su libro “Entre el ser y el poder. Una apuesta por el querer vivir”, dice Santiago López Petit (1) que "estamos perdidos en un desierto opresivamente circular donde difícilmente ocurre algo, y donde la sospecha incluso de un mundo nuevo ha sido desterrada. El ser y el poder se enlazan hasta casi ahogar el querer vivir. Por eso hay que pensar radicalmente el "entre"" que los vincula en la expresión "entre el ser y el poder". Para que su diferencia sea así restituida y con ella el querer vivir”...

La desconexión nos parece hoy imposible, sólo a los terroristas les es concedido el estatus de enemigos del Regimen, sólo a ellos les es permitido habitar enfrente, pero nunca afuera. De acuerdo con López Petit, creo que los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 evidenciaron la vulnerabilidad del Regimen y éste lo sabe. Sabe que su derrota no sólo es posible, sino que fue anunciada ese 11 de septiembre. Intenta que nadie más lo sepa y a ello fía su futuro pluscuamperfecto y sostenible. Y para ello tiene una estrategia muy ensayada y perfeccionada: produciendo diferencias identitarias, logrando el “efecto sociedad”, teniendo Todo el control. Por eso nos agrupa en identidades bien diferenciadas, por sexo, clases sociales, naciones-estado, partidos, sindicatos,...nos proporciona la sensación de formar parte de una “sociedad” a través de espectáculos de masas, espectáculos electorales, culturales, nacionalistas, deportivos o festivos...tiene Todo el control social a través de múltiples y determinantes vínculos de adicción y dependencia (al trabajo asalariado, al consumo, a la tecnología, a la educación estatal, a las subvenciones, a los subsidios y rentas de ciudadanía, etc) y, por si fuera poco, por si hubiera algún resquicio que pudiera burlar el sistema de adicción/dependencia/control, está poniendo cámaras de videovigilancia por todas partes, incluidas las farolas y semáforos, en espacios públicos y privados. Controla las conversaciones y tiene a buena parte de la policía y las empresas haciendo fichas con nuestros perfiles de usuarios de internet. Busca un control total, justificado con la amenaza terrorista, obligado por el miedo, un control esquizofrénico que pone en evidencia la única debilidad, vulnerabilidad, que quiere reconocer el Regimen, ya lo he dicho, sólo en el terrorismo reconoce a un enemigo de igual poder y naturaleza totalitaria. Así, tan hábilmente, el “enemigo terrorista” es integrado como aliado estratégico: Regimen Versus Terrorismo, el nuevo fascismo global, tan omipresente como ubicuo y difuso. Tal es el Regimen de la postmodernidad capitalista.

Y a pesar de ello, lo cierto es que el 11 de septiembre de 2001 nos fue mostrada su vulnerabilidad y, por tanto, la posibilidad de su derrota. Quiere poner el foco de atención en el terrorismo, por su utilidad estratégica, pero sabe que aquel día su derrota no ha de ser asignada a los terroristas, sino a “lo imprevisible”. Ahora conocemos su talón de Aquiles. Pues bien, imprevisibles son las fuerzas de la naturaleza y el “querer vivir” (del que habla Santiago López Petit), ambas tienen que ver con el Ser y ambas apuntan al corazón del Poder.

La fuerza de la naturaleza avisa cada poco de su poder imprevisible, con catástrofes climáticas y geológicas, tormentas, terremotos y sunamis imparables. Su fuerza es inmensamensamente superior a todo poder conocido; y en lo que a nosotros concierne, se fundamenta en su categoría de proveedor exclusivo y necesario de la vida en cualquiera de sus formas, humanas o dinosaurias.Los dinosaurios ya no pueden contarlo.

Más imprevisible para el Regimen es aún la otra fuerza latente, la del “querer vivir”, la que se debate entre el Ser y el Poder. Sus repentinas emergencias y continuos hundimientos así parecen atestiguarlo. Su programa es la autonomía, necesita la derrota del Regimen que se fundamenta en su negación (en la heteronomía), no puede eludir el deber de resistencia y rebelión, pero la experiencia histórica ha demostrado que son insuficientes, que han acabado siendo previsibles y que, por ello, han sido traicionadas por vanguardias que estaban en la nómina del Regimen. La experiencia histórica y la reflexión estratégica nos indican que, además de resistencia y rebelión, es necesaria la desconexión, la conducta imprevisible, lo que el Regimen enemigo no sabe ni espera.

Hablamos de la desconexión como imperativo ético y como estrategia revolucionaria, de la desconexión a la que impulsa el “querer vivir” y del riesgo que éste supone al confrontar radicalmente el Ser con el Poder. En este arriesgado empeño cualquier esperanza es una tentación previsible, que viene a calmar el miedo a la derrota y es, por tanto, una derrota en sí misma. Por eso suscribo la receta de López Petit, lo que él denomina “la apuesta prevaricante”: arriesgar sin esperar nada, arriesgar por razón de conciencia, porque es un deber.

Pues bien, a una semana de las elecciones al parlamento europeo, es oportuno plantear la abstención como un deber elemental y una acción imprevisible, de resistencia, rebelión y desconexión con el Regimen.  

De aquí al día de las elecciones, estoy esperando a la primera o primero que venga a discutirme la utilidad de mi abstención, la bobada esa que consiste en calcular a quién beneficia o perjudica electoralmente.


(1) Santiago López Petit  escribe en: Espai en blanc y en Dinero gratis
















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