Considerar a la
revolución integral como parte “de la resistencia” sería un error estratégico
fatal. El lugar de quien “resiste” hemos de atribuirlo al sistema dominante,
para el que no podemos imaginar un futuro distinto a su derrota.
La
crisis actual nos ha desvelado su implicación en todas las facetas de nuestra vida,
mucho más allá de su apariencia exclusivamente económica. La gente que ha sido
capaz de identificar los fundamentos del sistema de dominación global en que
vivimos, ha empezado a cuestionarlo de manera diferente a como lo hicieron
otros movimientos sociales en tiempos pasados, en los que enfocaron su
pensamiento y acción en modo reduccionista, con finalidad exclusivamente
política y una metodología exclusivamente reformista, persiguiendo el
mejoramiento de la calidad de vida de las clases sociales más desfavorecidas,
sin cuestionar los fundamentos del sistema de dominación.
Hoy conocemos la
finalidad destructiva de ese sistema y empezamos a comprender que para superarlo no bastará con una
revolución política, orientada a un cambio de gobierno o a la redacción de una
nueva Constitución. La historia nos ha enseñado que tampoco será suficiente una revolución económica que cambie la
titularidad de los medios de producción, pasando del control privado al
estatal, poniéndolos en manos de una renovada burocracia estatal y, por tanto,
de una nueva oligarquía. Empezamos a comprender que la revolución necesaria
habrá de ser mucho más radical e integral y que, antes que otra cosa, debe
derribar los falsos fundamentos éticos y
morales del sistema hegemónico, que hoy se hallan fuertemente asentados en las
conciencias de los individuos y de las multitudes, tras muchos años de
amaestramiento a través de las poderosas herramientas con las que cuenta: el
adoctrinamiento practicado sistemáticamente desde el sistema educativo, la
absoluta dependencia económica del trabajo asalariado, convertido así en
versión actualizada de la esclavitud de siempre; la transmisión de la ideología
patriarcal a través de la institución
familiar y las corporaciones religiosas, la anulación de la soberanía personal
y comunitaria mediante su suplantación-representación a cargo de los partidos
políticos, con la potente colaboración
de los medios de comunicación, las organizaciones sindicales y ONGs.
Hemos
empezado a comprender que el objetivo común y compartido por estos agentes del Poder consiste en
organizarnos en clases sociales, sexos, razas y nacionalidades, para
mantenernos divididos, compitiendo y enfrentados, anulando nuestra
conciencia individual y colectiva, anulando
nuestra potencialidad creativa, personal y comunitaria, impidiendo la
convivencialidad que nos construye como personas y como pueblo.
Las personas conscientes de la dimensión de la crisis constituyen hoy sólo una pequeña minoría social. La
mayoría, más o menos indignada con los efectos de la crisis en su situación personal, como referencia para el cambio sólo tiene a las organizaciones
políticas de la izquierda, sin conciencia de la función complementaria y
sistémica que tienen estas organizaciones, que forman la facción izquierda del
sistema estatal-capitalista y que contribuyen en modo decisivo a su reproducción y
fortalecimiento.
Los enfrentamientos ideológicos entre corrientes y organizaciones políticas son aparentes, enmascaran el verdadero conflicto entre dos concepciones opuestas del ser humano y su organización social: la autonomía y la heteronomía.
Los enfrentamientos ideológicos entre corrientes y organizaciones políticas son aparentes, enmascaran el verdadero conflicto entre dos concepciones opuestas del ser humano y su organización social: la autonomía y la heteronomía.
La autonomía considera al ser humano como ser
social, libre y soberano de sí mismo, que se reconoce a sí mismo como un igual
entre los demás. El pensamiento autónomo permanece vivo, a pesar de su
continuada derrota a lo largo de la historia. El pensamiento heterónomo
triunfante se fundamenta en la creencia de que los individuos humanos están
incapacitados para gobernarse así mismos y que, por tanto, necesitan ser
gobernados, dominados; el pensamiento heterónomo sitúa a los seres humanos en
la escala zoológica, “esas bestias de la Naturaleza, necesitadas de orden, que
han de saber quién manda aquí".
Este
es el verdadero contexto de la radical confrontación entre la revolución
integral y el sistema heterónomo de dominación que ha predominado en la
historia de la humanidad, hasta culminar en su más perfecta y sofisticada forma
contemporánea. Por
eso, necesitamos plantear otra cuestión estratégica previa, capaz de subvertir
la visión derrotista en torno a esta permanente confrontación entre autonomía y
heteronomía: el impulso de la revolución
integral habrá de ser ofensivo y no de resistencia.
Así pues, antes de hablar
de otras estrategias, se propone aquí poner término a ese fatal error estratégico,
que siempre condujo a la derrota de la autonomía.
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