jueves, 5 de diciembre de 2013

ABANDONAR LA RESISTENCIA, PASAR A LA OFENSIVA


Considerar a la revolución integral como parte “de la resistencia” sería un error estratégico fatal. El lugar de quien “resiste” hemos de atribuirlo al sistema dominante, para el que no podemos imaginar un futuro distinto a su derrota.

La crisis actual nos ha desvelado su implicación en todas las facetas de nuestra vida, mucho más allá de su apariencia exclusivamente económica. La gente que ha sido capaz de identificar los fundamentos del sistema de dominación global en que vivimos, ha empezado a cuestionarlo de manera diferente a como lo hicieron otros movimientos sociales en tiempos pasados, en los que enfocaron su pensamiento y acción en modo reduccionista, con finalidad exclusivamente política y una metodología exclusivamente reformista, persiguiendo el mejoramiento de la calidad de vida de las clases sociales más desfavorecidas, sin cuestionar los fundamentos del sistema de dominación. 

Hoy conocemos la finalidad destructiva de ese sistema y empezamos a comprender  que para superarlo no bastará con una revolución política, orientada a un cambio de gobierno o a la redacción de una nueva Constitución. La historia nos ha enseñado que tampoco será suficiente  una revolución económica que cambie la titularidad de los medios de producción, pasando del control privado al estatal, poniéndolos en manos de una renovada burocracia estatal y, por tanto, de una nueva oligarquía. Empezamos a comprender que la revolución necesaria habrá de ser mucho más radical e integral y que, antes que otra cosa, debe derribar los falsos fundamentos  éticos y morales del sistema hegemónico, que hoy se hallan fuertemente asentados en las conciencias de los individuos y de las multitudes, tras muchos años de amaestramiento a través de las poderosas herramientas con las que cuenta: el adoctrinamiento practicado sistemáticamente desde el sistema educativo, la absoluta dependencia económica del trabajo asalariado, convertido así en versión actualizada de la esclavitud de siempre; la transmisión de la ideología patriarcal  a través de la institución familiar y las corporaciones religiosas, la anulación de la soberanía personal y comunitaria mediante su suplantación-representación a cargo de los partidos políticos, con la potente colaboración  de los medios de comunicación, las organizaciones sindicales y ONGs.
Hemos empezado a comprender que el objetivo común y compartido  por estos agentes del Poder consiste en organizarnos en clases sociales, sexos, razas y nacionalidades, para mantenernos divididos, compitiendo y enfrentados, anulando nuestra conciencia  individual y colectiva, anulando nuestra potencialidad creativa, personal y comunitaria, impidiendo la convivencialidad que nos construye como personas y como pueblo.

Las personas conscientes de la dimensión de la crisis constituyen hoy sólo una pequeña minoría social. La mayoría, más o menos indignada  con los efectos de la crisis en su situación personal, como referencia para el cambio sólo tiene a las organizaciones políticas de la izquierda, sin conciencia de la función complementaria y sistémica que tienen estas organizaciones, que forman la facción izquierda del sistema estatal-capitalista y que contribuyen en modo decisivo a su reproducción y fortalecimiento. 

Los enfrentamientos ideológicos entre corrientes y organizaciones políticas son aparentes, enmascaran el verdadero conflicto entre dos concepciones opuestas del ser humano y su organización  social: la autonomía y la heteronomía. 
La autonomía considera al ser humano como ser social, libre y soberano de sí mismo, que se reconoce a sí mismo como un igual entre los demás. El pensamiento autónomo permanece vivo, a pesar de su continuada derrota a lo largo de la historia. El pensamiento heterónomo triunfante se fundamenta en la creencia de que los individuos humanos están incapacitados para gobernarse así mismos y que, por tanto, necesitan ser gobernados, dominados; el pensamiento heterónomo sitúa a los seres humanos en la escala zoológica, “esas bestias de la Naturaleza, necesitadas de orden, que han de saber quién manda aquí".

Este es el verdadero contexto de la radical confrontación entre la revolución integral y el sistema heterónomo de dominación que ha predominado en la historia de la humanidad, hasta culminar en su más perfecta y sofisticada forma contemporánea. Por eso, necesitamos plantear otra cuestión estratégica previa, capaz de subvertir la visión derrotista en torno a esta permanente confrontación entre autonomía y heteronomía: el impulso de la revolución integral habrá de ser ofensivo y no de resistencia. 

Así pues, antes de hablar de otras estrategias, se propone aquí poner término a ese fatal error estratégico, que siempre condujo a la derrota de la autonomía.



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