sábado, 18 de mayo de 2013

ZEN Y PADRE

Paisaje zen


Estoy terminando una semana de retiro forzado por la enfermedad. Abatido por la fiebre, una vez más he comprobado cómo mi cabeza era incapaz de avanzar en ninguno de los pensamientos que continuamente me asaltaban, cómo se mostraba reacia a razonar en profundidad, atascándose en cada preámbulo, como negándose a ello, dejándome sólo frente al abismo vacío -y sorprendentemente liberador- de la mente en blanco. Una vez más, he podido comprobar cómo funciona mi forma de meditación zen: a lo asturiano, meditando sin ningún objeto por delante, concentrando la atención en el simple acto de respirar, sin detenerme en los pensamientos que me abordan, dejando que la mente vague por las soledades interiores, sin dejar de ver todo cuanto me rodea.

Un amigo mío, monje budista, se reía de mí hace unos años cuando yo le decía que la meditación zen  era para mí algo muy familiar, porque la venía practicando desde hacía muchos años y que la había aprendido de mi padre, emigrante asturiano en tierras de Valladolid, viendo cómo se quedaba mirando al vacío, en completo silencio, cuando regresaba de la fábrica a las diez de la noche, tras una larga jornada iniciada a las seis de la mañana; o cuando tenía uno de sus frecuentes periodos de dolor de muelas o cuando, tras una discusión acalorada, se sentía incómodo consigo mismo y se apoyaba en la ventana, aparentemente mirando los cables de la luz que cerraban el paisaje de nuestra calle. Era su forma de meditación, de mirar hacia dentro y reflexionar sin palabras. Así restablecía él su equilibrio y volvía a encontrar su sitio en el mundo.


Existe, sin duda, una tradición humana, anterior al propio zen, que es común a todas las culturas y que consiste en mirar hacia dentro, que busca una mejor percepción de la realidad, traspasando su apariencia  para adoptar un nuevo enfoque de los problemas y permitiéndonos corregir viejos errores. Puede que eso sea el “satori”, lo leí en el Musgo de Estrellas (1), el blog de mi amiga Ane: “no es otra cosa que una mirada intuitiva hacia adentro,  el despliegue de un mundo nuevo y previamente ignorado, en contradicción con el conocimiento intelectual y lógico”

Y agradezco a esta fiebre, que todavía persiste, su utilidad en recordarme una vez más el pre-zen  universal que aprendí de mi padre y que, probablemente, él aprendió de mis abuelos asturianos.


(1) En el frontispicio del blog de Ane leo una frase de Mary Wollstonecrafft, feminista liberal, que me tienta hacia nuevas reflexiones: “Ningún hombre elige el mal por ser el mal. Sólo lo confunde con la felicidad, con el bien que busca”, que bien podría expresar la confusión de nuestro tiempo, la que lleva a identificar  la felicidad con el bien del propio interés, pero la fiebre no me deja...otro día será, pero no me resisto a enviarle a Ane, a quien considero lúcidamente no feminista, la referencia del último libro de María Prado Esteban y Felix Rodrigo Mora: “Feminicidio o autoconstrucción de la mujer” (Vídeo de la presentación)



1 comentario:

yaya dijo...

Jolín Papá, parece increíble que aún puedas estar más "pensador" y reflexivo que de costumbre. Te mando un abrazo para que te mejores. Ánimo que ya viene el Solillo de Primavera