domingo, 3 de marzo de 2013

DESPUÉS DE LA MAREA


La Democracia es el proyecto de la Marea

La Marea de Mareas es mucho más que una manifestación multitudinaria, mucho más importante de lo que podría deducirse de su propio éxito de participación. Antes del 23 F decían desde Madrilonia que “la Marea ha ganado su legitimidad por la fuerza de su choque contra las rocas que el gobierno zombi de Mariano Rajoy ha ido poniendo en el camino”, que la fuerza de su movimiento ha actuado como un enorme polo de atracción, con su potencia dirigida en una doble dirección: 1) en la que permitía la incorporación de colectivos de todo tipo, haciendo un efecto llamada a redes más amplias y 2) en la que levantaba el propio mito de la Marea de Mareas. Eso es lo que ha permitido abrir un marco de posibilidad y de necesidad, lo que nos ha permitido, a partir de la singularidad de cada lucha, encontrarnos en un anhelo común: el fin de la agresión capitalista y la caída del gobierno.

Su convocatoria ha desbordado a las organizaciones políticas y sindicales, que han visto como sus bases compartían la convocatoria sin necesidad alguna de permiso. Estamos completamente de acuerdo con esa opinión de Madrilonia, sobre todo cuando se afirma que la convocatoria apela, por encima de todo, a un proyecto democrático y que “la pregunta que queda en el aire es ¿cómo pasamos del tiempo del evento al tiempo del proceso? ¿Cómo hacemos para que la Marea arrastre y genere sedimento, para que no sea sólo espuma, para que tras su paso no queden  «cuatro lapas» como decía un cargo del PP? ¿Cómo tumbamos al gobierno y al sistema actual de partidos y avanzamos en el proceso democrático que ya está, irremediablemente, encima de la mesa?...” en definitiva: ¿y después de la Marea, qué?

El gobierno de Mariano Rajoy es más débil que nunca, aquejado de un grave problema de legitimidad, incluso entre su propio electorado; acosado por los interminables casos de corrupción, por la crisis del modelo territorial del Estado, por la acelerada degradación de la situación económica, ante la que no tiene ninguna solución, sino todo lo contrario: seguir gobernando en un verdadero estado de excepción, en estricta sumisión a los dictados ideológicos de sus correligionarios europeos,  plenamente emparentados con el poder financiero internacional, causante y beneficiario único de la crisis. De ese modo, la debilidad del gobierno se extiende a toda la estructura institucional heredada de la transición postfranquista, evidenciando su precariedad originaria y la necesidad imperiosa de construir un nuevo modelo de democracia junto a muchos otros pueblos del mundo con los que sufrimos el actual estado de excepción o dictadura de los mercados.

La Marea de Mareas ha sido un primer intento exitoso de potencia organizativa, que anuncia el comienzo de un proceso de movilizaciones generalizado, incluyente de todas las Mareas sectoriales. Una multitud –que diría Negri-, que se amplía progresivamente a partir de su núcleo generacional, el que prendió en las plazas de muchas ciudades, en las asambleas mayoritariamente juveniles del 15M aquí en España, como en otros muchos países.

En esa masa original, transformada hoy en multitud, existe ya un consenso subterráneo que reclama abiertamente  “otra democracia” a partir de la denuncia del actual sistema, identificado como intolerable y como “no democracia”. Olvidar eso sería banalizar el éxito de la convocatoria, su carácter extraordinario. A partir de esta alegría es desde donde nos corresponde ver los límites de la actual situación, porque el gobierno no ha corregido su posición un ápice y no lo va a hacer en el inmediato futuro. Porque no quiere y porque no puede. En España, el problema sobrepasa al propio gobierno e implica a todos los partidos políticos del espacio parlamentario, carentes de legitimidad democrática ante una ciudadanía que no reconoce su representatividad, eso que constituía el suelo sobre el que fundamentaban su existencia, hoy cuestionada por una gran base social que se moviliza al son de “lo llaman democracia y no lo es”.

El mito de la Marea y su potencia, colectiva y autoorganizada, ya es un echo; pero sus límites reconocibles nos describen un después con  algunas contradicciones y  peligros inherentes al proceso de autonomía despertado, que es necesario identificar y manejar en una dirección correcta.
Todavía hay mucha gente en la Marea que parte de la creencia de que al gobierno le queda algo de responsabilidad y que, por tanto, acabará cediendo a la presión social; todavía mucha gente tiene depositada su confianza en un cambio mayoritario de la opinión pública, que hará retroceder al gobierno en su tozudo enroque actual. Todavía hay mucha gente en la Marea que  trata de encontrar en el Parlamento una representación de última hora, una solución “formal” al monumental  caos causado por ese mismo sistema representativo. Todavía hay mucha gente que piensa que la revuelta aumentará a medida que se incrementa la tozudez del gobierno y que hay que proponer formas de agudizar el conflicto… unas formas en las que, por lógica, participará mucha menos gente que ahora. Y todavía hay mucha gente que piensa que sólo la autonomía del proceso es suficiente, que basta construir alternativas paralelas,…alternativas que apuntan al  ensimismamiento y que necesariamente conducen al aislamiento y a la irrelevancia.

En otro artículo, la gente de Madrilonia propone una oportuna reflexión al respecto, en torno a la idea de que ahora, más que nunca, necesitamos estar juntos, no dividirnos, pensar mecanismos concretos para desalojar del poder a quien nos expropia la vida; reconociendo que tenemos que aumentar el nivel del conflicto, porque el gobierno no va a ceder, pero que tenemos que hacerlo con herramientas muy abiertas, que nos permitan mantener el consenso básico en torno al proyecto democrático. De no ser así, muchos pensamos que el peligro de una opción populista y autoritaria es real, que  está siempre ahí, como nos ha demostrado tántas veces  la historia, agazapado entre la vaguedad de los programas, entre la desorientación y la confusión de la masa.

Reconozcamos que estamos obligados a construir nuestra propia opción de multitudes, democrática, autónoma y colectiva, porque de no hacerlo, acabaremos en el surco trillado de lo que ya hay, en manos de un parlamento remaquillado, que nos conducirá de nuevo hacia atrás, al sitio de donde ya venimos y al que no quisiéramos regresar. En una reciente entrevista, tras las elecciones en Italia, el filósofo italiano Franco Berardi se preguntaba: ¿Tendrá la sociedad la energía y la inteligencia necesarias para autogestionar la vida social con un movimiento de ocupación generalizada? Si no tenemos esa energía, nos merecemos el desastre que vendrá.

Insistiré una y mil veces en que conviene ser cautos sin abandonar el optimismo que hoy nos empuja tras el éxito de la Marea. Porque la multitud indignada tiene un verdadero potencial igualitario y universal, porque ese impulso, siendo todavía algo difuso -es verdad-, nace desde la  resistencia frente al poder y en la confrontación se está concretando en deseo de emancipación y autonomía; porque ese anhelo común está generando una poderosa energía,  embrión de un inédito proyecto democrático, multitudinario y comunitario, dispuesto a superar el permanente Estado de excepción en el que nos sitúa la dictadura de los mercados, la falsa democracia capitalista.

Después de la Marea de Mareas toca consensuar los principios  comunes de los que partimos, para pasar inmediatamente a pactar un programa de transición a la Democracia con lo que resta de la izquierda democrática y anticapitalista. Sin más bandera que la de  la Democracia, la propia de la multitud indignada y consciente. La Democracia es “su” proyecto, el  único con potencial para  disputar la hegemonía al capitalismo y enviar a este podrido sistema al  compost de la  historia.

1 comentario:

mikaela dijo...

Sí y sí y sí :)