sábado, 1 de diciembre de 2012

LA NUDA VIDA


(De dónde venimos y a dónde vamos)
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? es una pregunta trascendental que presupone un diagnóstico de la situación en que vivimos, al tiempo que lleva implícita otra pregunta de cuya respuesta depende nuestra supervivencia, para la que cada vez hay menos tiempo: ¿qué podemos hacer? Ésto es lo que en una entrevista venía a preguntarse el filósofo italiano Giorgio Agamben,  planteando así la necesidad de describir previamente el lugar en que se encuentra nuestra civilización en el momento actual, que él describe como biopolítica, el concepto que otro pensador contemporáneo, Michel Foucault, introdujo en el pensamiento filosófico como gestión política de la vida, como intervención  del poder en la vida humana.
(Posthumanismo es la crítica postmoderna al humanismo)
En febrero del presente año tuvo lugar en Moscú la Conferencia Global Future 2045. “El siguiente esfuerzo para la ciencia será crear un nuevo cuerpo humano”, anunció en la misma el multimillonario ruso Dmitry Itskov, iniciador del proyecto Avatar en 2005, en el que ha reunido a más de treinta prestigiosos científicos, con el objetivo de trasplantar un cerebro humano a un robot, lo que, según Itskov, se logrará en el plazo de diez años. En una carta dirigida a los principales multimillonarios del mundo, el empresario les decía lo siguiente: “...Usted tiene la capacidad para financiar la extensión de su vida hasta la inmortalidad. La civilización ha llegado a materializar tecnologías impensables, no es fantasía ni ciencia ficción”.
Dmitry es el paje financiero que acompaña a Ray Kurzweil, científico norteamericano especializado en Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial, considerado patrono del movimiento posthumanista, cuyo mensaje principal es la inmortalidad cibernética y la neohumanidad, a alcanzar en esa fecha del 2045. La Universidad de la Singularidad, fundada por Ray Kurzweil, está situada muy cerca de las sedes de la Nasa y Google, en Silicon Valley, lo que lleva a pensar en la convergencia de impulsos, al más alto nivel, entre las políticas de los dos grandes Estados, otrora enemigos. La corporación posthumanista ha presentado el siguiente calendario:

2012-2014: Aparecen nuevos centros de tecnología cibernética para la extensión radical de la vida. Este es el comienzo de la carrera hacia la inmortalidad.
2015-2020: El avatar es creado, consiste en robótica dual, controlada por el pensamiento humano a través de una interfaz cerebro/computadora, que llega a ser tan popular como los coches. El avatar controlado por el pensamiento puede proporcionar tele-presencia en todo el mundo. Aparecen los coches voladores y los gadgets de comunicación se insertan debajo de la piel, siendo controlados por el pensamiento.
2030-2045: Se produce la colosal obra de ingeniería inversa del cerebro, nos acercamos al umbral de entender el principio de la conciencia.
2035: Este año tendrá lugar el primer intento de transferir la personalidad entre cuerpos, comienza la era de la inmortalidad cibernética.
2040-2050: Los nano-robots pueden tomar todas las formas, hacen su aparición junto con la corporalidad holográfica.
2030-2050: Cambio radical en la estructura social, así como en el desarrollo científico y tecnológico; para el hombre del futuro, la guerra y la violencia son inaceptables y la prioridad principal de su desarrollo espiritual es su auto-mejoramiento. Se inicia una nueva era, la de la neohumanidad.

(Del renacimiento a la biopolítica)
Las raíces más nítidas de este  pensamiento puede que estén localizadas en el humanismo renacentista y en la Ilustración. Sabemos que lo que profetizan acabará ocurriendo: que desarrollaremos tecnologías avanzadas que nos permitirán volar autónomamente, como los pájaros; que la medicina nos permitirá prolongar la vida a voluntad tantos años como seamos capaces de soportar; y  desde siempre,  sabemos que llegaremos a poblar otros mundos del còsmico universo. Ocurrirá porque así lo hemos soñado, porque así empezamos a proyectarlo desde el momento en que nos erguimos, cuando cogimos un palo como primera herramienta tecnológica y articulamos las primeras palabras,  al comienzo de los tiempos. 

Pero yo no quiero que ocurra todavía, no quisiera vivirlo ahora, porque creo que es pronto, porque  sé que ese mundo posthumano e hipertecnológico ahora está destinado sólo a los multimillonarios con los que se relacionan el ruso Dmytri y el norteamericano Kurzweil. Sé que ese mundo será tan exclusivo o más que el actual, sé que de producirse ahora, ese futuro sólo está reservado a unos pocos. Es más, tengo la certeza de que si ocurriera en el plazo que tienen previsto, el resto de los humanos no sólo seríamos excluídos -lo que ya viene sucediendo-,  sino que la mayoría seríamos exterminados:  todos aquellos que no poseamos la exclusiva tarjeta (H+) de la corporación posthumanista, la tarjeta VIP del “humano mejorado”.

La biopolítica es el último ensayo del sistema de acumulación de capital y concentración de poder que identificamos como capitalismo, al  borde del abismo abierto por sus propias contradicciones. Su triunfo es el paso previo al delirio posthumanista, a la liquidación definitiva del pensamiento humanista. Biopolítica es la vida convertida en mercancía, la “nuda vida”, la desnudez de la vida de la que habla Giorgio Agamben, ” la vida desprovista de toda cualificación, lo que tiene en común la vida humana con la de un caracol o una planta”. El campo de concentración nazi  es utilizado por este filósofo como paradigma de la biopolítica: la excepción como norma, el estado de excepción permanente. Y otro filósofo actual, Sloterdijk, piensa que “el humanismo habría sido el  modo histórico de responder a la pregunta, también histórica, de cómo el hombre puede convertirse en” ser humano verdadero”. Al igual que G. Agamben también percibe el agotamiento del pensamiento humanista, tras su intento fallido de amansar (domesticar) sucesivamente al ser humano a través de la religión, la escuela, la fábrica, la televisión y el supermercado, viniendo a formular la pregunta más pertinente  de nuestra época: ¿y ahora qué amansará al ser humano?  

El contradictorio y enigmático Nietzsche pensaba que la superación del nihilismo, “ese vacío producido por la muerte de Dios” que caracteriza a la sociedad occidental, se producirá cuando el superhombre ("su übermensch") destruya los valores morales tradicionales y dominantes, los de los esclavos representados por el cristianismo, que someten a las personas más débiles a una "moralidad esclava" y que provocan un estado de resignación y conformismo ante todo lo que sucede en su entorno. En lo que parece una contradicción, el übermensch de Nietzsche, porta el signo (H+) postumanista, al mismo tiempo que en “Así habló Zaratustra” impulsa una moral que habrá de surgir de lo más profundo del ser humano: ¡Mirad, yo os enseño al superhombre! Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra! ¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no. Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan!".

(La certeza de un cualquiera: el humanismo no ha fracasado)
Lo cierto hoy es que estamos en eso, en la biopolíotica, en esa encrucijada recurrente de la modernidad humanista, que fue anticipada a mediados del siglo XIX por Nietzsche y que actualmente intentan analizar filósofos de nuestros días, como Gamben y Sloterdijk. Y mi certeza original, la de “un cualquiera”, es que  si bien las profecías hipertecnológicas del posthumanismo habrán de llegar, todavía estamos a tiempo de reconducirlas hacia el bien común, todavía podemos impedir su cibernética privatización, anunciada para el año 2045. Con esa misma certeza, creo que la modernidad humanista está siendo falsamente liquidada,  que su recorrido está manifiestamente inacabado, que le falta una parte sustancial y totalmente inédita, que es la del proyecto democrático, el del humano autónomo que vive en comunidades autónomas, globalmente solidarias y confederadas; un proyecto pervertido en el  ensayo de la modernidad heterónoma, en sus distintas interpretaciones, perfectamente representadas por el triple icono del campo nazi de Auswitz, del Gulag soviético y del  actual Guantánamo americano y neoliberal. Es la modernidad heterónoma la que nos ha conducido a la biopolítica actual, a “la vida nuda”, al modo en que el Estado soberano, la Ademocracia de masas, nos ha transformado en seres obsoletos.

El  humanismo, pues, no ha fracasado, lo que ha fracasado es ese Estado, el que ha sustentado su legitimidad en la excepcionalidad soberana, en la mercantilización de la vida humana, bestialmente  considerada y, en consecuencia, devenida en obsoleta. El viejo sueño de la utopía anarquista apunta hacia la solución y la esperanza, en la buena dirección, es nuestro proyecto pendiente: el  inédito proyecto de la democracia y el humanismo. Vemos algunos leves signos de esa esperanza, puede que una gran parte de los humanos estemos a punto de descubrirlo…incluso los anarquistas. De ello depende nuestra supervivencia. Ha de suceder antes del 2045. De no ser así, entonces sí que será demasiado tarde.

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