miércoles, 15 de febrero de 2012

EL PROCOMÚN, LA TRAGEDIA DE LOS MERCADOS

Thomas Muntzër en la Guerra de los Campesinos"

“Resulta difícil definir como propias las cosas comunes”, afirmaba Quinto Horacio Flaco en el primer siglo antes de Cristo. Mundi est communia decimos hoy cada vez más gente.


Aunque el debate sobre los bienes comunes es muy antiguo, aunque sea en Sudamérica donde con más fuerza se ha reavivado a partir de la década de los setenta, es cierto que hablar del procomún, de la economía de los bienes comunes, en España es todavía algo relativamente nuevo. Aún siendo así, no me cabe duda de que en los próximos años será una cuestión fundamental, situada en el centro mismo del pensamiento  democrático, como de la confrontación política en los nuevos términos en que ésta se va a plantear en la primera mitad del presente siglo. En el corto plazo no tenemos certeza de poder lograr la emancipación humana y, sin embargo, “la defensa y recuperación de los bienes comunes constituye una de las líneas de avanzada en la lucha contínua por el territorio de la democracia sustantiva y la ciudadanía”, son palabras del sociólogo chileno  José Esteban Castro, que hago mías.

 

En muchas de nuestras zonas rurales se conservan los “comunales” como aprovechamientos de tierras por el común, la comunidad de vecinos de cada pueblo, de entre los que aún hoy perduran algunos aprovechamientos, como las “suertes” de leña y el derecho de pasto. Estos bienes comunales procedían del viejo regimen feudal, en el que la nobleza o la monarquía cedía a los plebeyos determinadas zonas de tierra, generalmente baldíos, o derechos de uso como los anteriormente citados, mediante una "carta", como es el caso de la Carta Puebla de Brañosera, en la Montaña Palentina, datada en el año 824. Se trataba de privilegios concretos, ligados al proceso de repoblación propio de la época. Por encima de las ventajas que significaban, hay que considerarlos como el resto de un poder feudal basado en el sometimiento, en la condición de súbditos de los nuevos pobladores en las tierras reconquistadas y despobladas del norte de España.

 

En Agosto de 1524, en Alemania, el predicador cristiano-baptista Thomas Müntzer llegó a ser uno de los líderes de la sublevación que posteriormente fue conocida como la Guerra de los Campesinos; uno de sus “gritos de batalla” fue ¡omnia sunt communia! (“todo es de todos”), todas las cosas nos son comunes. Müntzer tuvo el valor de afirmar ante los príncipes que laicos y campesinos pobres vivían oprimidos bajo el yugo de gobernantes corruptos guiados por malos sacerdotes. Lo más destacado de su mensaje fue su interpretación revolucionaria del evangelio, llegando a la conclusión de que cuando las autoridades no cumplen rectamente su papel, “la espada les será quitada”. Thomas Müntzer fue un anarco-comunista religioso que no se limitó a predicar y fundó una organización clandestina revolucionaria, sumándose a la rebelión de los campesinos. El 15 de mayo de 1525, en la batalla de Frankenhausen, al menos seis mil campesinos perdieron la vida aplastados por el poder combinado de los príncipes, los banqueros y los terratenientes; allí Müntzer fue capturado, azotado, torturado y decapitado el 27 de mayo de 1525. Se calcula que en total fueron más de trescientos mil los campesinos alemanes insurgentes y que cerca de la mitad de ellos perecieron en aquella revuelta, que fue la más masiva y generalizada que hubo en  Europa hasta la Revolución Francesa de 1789.

 

En 1968 el mito de “la tragedia de los bienes comunes” fue popularizado por el ecologista Garrett Hardin en un famoso ensayo publicado por aquellas fechas y en el que  afirmaba que la gente que comparte una tierra inevitablemente la sobreexplotará, poniendo el ejemplo de un pastizal común al que cualquiera puede llevar más ganado a pastar sin restricciones. Hardin afirmaba que un recurso compartido necesariamente se arruinará, de ahí la metáfora de la “tragedia”. La única solución, según los economistas convencionales, consiste en establecer derechos de propiedad privada sobre la tierra y dejar que el “libre mercado” decida cómo la usará, ya que “sólo los propietarios privados tendrán los incentivos necesarios para cuidar la tierra y hacer en ella inversiones valiosas”. El mito de la “tragedia de los bienes comunes” se invoca rutinariamente para tratar de desacreditar la idea de los bienes comunes. Una generación de economistas y expertos en políticas ha recurrido a este argumento a fin de criticar la propiedad común de la tierra como algo poco práctico, y de celebrar la propiedad privada y los mercados como el mejor sistema para la administración de los recursos. Pero el asunto tiene trampa, como todo el pensamiento liberal-capitalista, por muy ecologista que sea su disfraz, porque el “escenario trágico” descrito por Hardin no es, en realidad, un bien común, ya que describe un régimen de acceso abierto pero caótico y no regulado, una tierra sin límites ni reglas para el acceso a su uso y gestión, una tierra en la que cualquiera se puede apropiar de lo que desee, en la que Nadie gestiona los bienes comunes. De lo que habla Hardin es de una tierra de Nadie, no de un bien común. 


Al comienzo del libro “Sus crisis, nuestras soluciones”, Susan George, doctora en Ciencias políticas que fuera vicepresidenta de ATTAC-Francia, elabora una lista de bienes comunes que incluye: un clima adecuado para los seres humanos, la salud, la educación, el agua, el abastecimiento energético, una buena parte de la investigación científica y los fármacos, el crédito financiero y el sistema bancario. Los investigadores del Observatorio Metropolitano de Madrid creen al respecto que esta lista es muy ampliable y  que “los bienes comunes son todo aquello susceptible de ser producido y gestionado por una comunidad y que es necesario para la reproducción de la vida; considerar el conocimiento como bien común engloba la educación y la investigación científica, pero también la producción cultural, el lenguaje y las palabras; los bienes comunes naturales abarcarían el agua, el aire, las costas y los mares, así como las tierras comunales que todavía existen en muchas partes del planeta; si creemos que la salud es un bien común, no sólo deberíamos considerar los fármacos sino también la posibilidad de llevar un vida saludable en un medio ambiente adecuado (considerando el cambio climático como una amenaza al mismo), el cuidado a niños, ancianos y enfermos y las tareas reproductivas; además hay también comunes urbanos: el espacio público, el acceso a la vivienda, los equipamientos, las redes de infraestructuras y energéticas que permiten que la vida urbana sea posible deberían ser comunes; por último, si consideramos que el proceso de financiarización, en el que se basa actualmente el sistema bancario y crediticio, se alimenta principalmente de la producción social, parece lógico que la economía, el modo en que se gestionan los recursos, sea considerada un bien común. 


El modelo de estatuto de bienes comunes que nosotros proponemos se basa en un modelo de propiedad que no sea ni estatal ni privado, sino comunal. Habría que crear una forma jurídica propia que diera cobertura y regulase este tipo de bienes. Los bienes comunes fundamentales para la vida no pueden estar en manos privadas, bajo un régimen de propiedad privada; hemos visto lo que ha ocurrido con la naturaleza o la vivienda: la propiedad privada no es capaz de garantizar su sostenibilidad o su reparto equitativo y universal. Por lo tanto, creemos que sería fundamental cambiar los regímenes de propiedad de los bienes comunes y reducir lo susceptible de ser propiedad privada. Respecto al usufructo, según el funcionamiento general de los comunales, en principio las comunidades vinculadas al bien común en cuestión tienen tanto la propiedad como la capacidad de decidir las formas de uso, reparto, toma de decisiones, etc.; la fuerza democrática de los comunales es la necesaria participación de la comunidad en su gestión”.

 

Internet ha ayudado a actualizar el debate sobre los bienes comunes; al respecto, David Bollier, activista estadounidense, escritor y estratega político, dice: “el discurso imperante al hablar de Internet es el del mercado, pero las categorías económicas son demasiado estrechas de miras para nuestras necesidades como ciudadanos y como seres humanos en el ciberestado al que estamos abocados. Tampoco consiguen entender la cantidad de sitios web, de servidores de listas, de programas de software de código fuente abierto y de sistemas para compartir archivos entre iguales que funcionan como un procomún: un sistema abierto y comunal para compartir y gestionar recursos. Resulta que esta producción entre iguales (peer to peer) muchas veces es una forma más eficiente y creativa para generar valor que el propio mercado, además de ser más humanista. El paradigma del procomún (commons) nos ayuda a comprender este hecho porque reconoce que la creación de valor no es una transacción económica esporádica, como mantiene la teoría del mercado, sino un proceso contínuo de vida social y cultura política. ¿Cuándo reconoceremos que el procomún juega un papel vital en la producción económica y cultural de nuestros días?” 


El debate no ha hecho más que empezar y volveré a él  con la frecuencia a la que obliga el ejercicio racional de la política. Estando de acuerdo en lo básico con las ideas ajenas relacionadas anteriormente, quiero avanzar una discrepancia que no es menor: los bienes comunales no pueden  limitarse a la reconquista de los baldíos que nos dejó el poder feudal y ahora el capitalismo. Creo que la Tierra misma, nuestro planeta común, es el procomún a liberar. ¿Porqué habríamos de respetar la apropiación privada de los recursos naturales?, ¿qué tienen de respetable y eficiente la propiedad privada y el mercado?, ¿porqué incluir internet, los mares o la atmósfera y excluir, sin embargo, el suelo donde se cultivan nuestros alimentos, donde se levantan las ciudades en las que habitamos, las fábricas y  edificios donde las comunidades producen bienes y servicios?, ¿porqué excluir la raíz misma de la desigualdad y la injusticia?...mientras tanto, me permito actualizar el grito de Muntzër: “¡mundi est communia!”

1 comentario:

Anónimo dijo...

Saludos !.
Felicidades por el artículo !!!.
Nos ha gustado mucho, si alguna vez quieres escribir algún texto para nuestra web, siempre será bienvenido.
www.circulothomasmuntzer.jimdo.com

Un abrazo y Salud.