lunes, 2 de enero de 2012

¿OTRA CONSTITUCIÓN?


De acuerdo, propongo otra Constitución, pero universal y de verdad, cuyos dos primeros artículos sean: 1º. “Nadie es más que Nadie” y 2º “La Tierra es del Común”. A partir de ellos, que cada comunidad humana añada los artículos que quiera, haciendo un desarrollo de la misma adaptado a sus propias circunstancias.
Gastar el capital político del 15M  en redactar una nueva Constitución que se quede en una mera reforma  de la actual,  pero sin resolver lo sustancial, es un despilfarro inútil a todos los efectos.
El revuelto ideológico que convive en las asambleas del 15M expresa muy bien el estado de desconcierto y fragmentación de la izquierda en estos líquidos tiempos, tan influidos todavía por el relativismo postmoderno, en coincidencia con el desmoronamiento evidente del sistema financiero y productivo que sostiene al neoliberalismo hegemónico. La decadencia del obrerismo sindicalista y de los aparatos militantes centralistas tras la caída del muro de Berlín, ha devenido en una masiva proliferación de frentes sectoriales y especializados, minoritarios e inconexos, como el ecologismo, el feminismo, el movimiento antiglobalización, el decrecentismo, varios  anarquismos,…junto con los escuálidos y aún supervivientes aparatos militantes de la socialdemocracia y el  marxismo. El 15M  es una expresión confusa de todo ese magma ideológico que pugna por sobrevivir al capitalismo en esa frontera difusa en la que todo puede suceder: rendirse al enemigo o reagruparse para continuar el combate.


Con todo, es incuestionable que hay en el 15M una pulsión de regeneración ética y democrática que ha logrado interesar a gran parte de la ciudadanía y que hace que el movimiento  mantenga un cierto apoyo popular. Pasados varios meses desde su nacimiento, ese magma incandescente sobrevive a las manipulaciones del  todopoderoso aparato mediático dominante, pero hoy es todavía muy confuso a juzgar por las demandas, incluso contradictorias, que integra. Por una parte, hay demandas reformistas a favor de la mejora del capitalismo mediante una reforma de la ley electoral, incluso a favor de la forma republicana del Estado o reivindicativas de la propia  legitimidad de la actual Constitución, en defensa de los derechos  sociales que reconoce y al tiempo incumple. Y por otra parte, existe una posición radical que cuestiona la propia democracia representativa, asociada al capitalismo incluso en sus fórmulas más o menos “participativas”, una posición que reivindica una democracia directa, federal e inclusiva, directamente ejercida por los ciudadanos en asambleas locales, sin intermediación de partidos ni de clase política alguna. Ambas posiciones coinciden en denunciar la corrupción intrínseca del poder político, palpable en la desigualdad económica y en la insaciable voracidad del poder financiero. Con todo, es incuestionable que alienta en el 15M una pulsión de regeneración ética y democrática que ha logrado interesar a gran parte de la ciudadanía y que hace que el 15M  mantenga un cierto apoyo popular.  

Es cierto que partimos de un acuerdo básico en torno al rechazo de la actual Constitución, pero ¿es otra Constitución lo que queremos o es otra Democracia?... porque no es lo mismo. Desde mi perspectiva, otra Constitución en el marco del mismo Estado sería dejar inalteradas las causas reales de la corrupción que le es intrínseca al capitalismo, que no son sino el sistema de apropiación privada de la tierra,  junto con el sistema de falsa democracia denominada “representativa o parlamentaria”, manteniendo al Estado como garante de esos poderes  oligárquicos a través de la violencia institucionalizada. Ese viaje apenas  precisa alforjas.

Deberíamos haber aprendido que las reformas las hace el propio sistema capitalista, no sin resistencia, pero integrándolas rápidamente mientras no cuestionen lo que le es fundamental, su estructura básica de poder. Con la crisis actual deberíamos haber aprendido que el Estado moderno, nacido para defender la Propiedad, supo adaptarse e integrar las conquistas sociales “menores”,  haciéndose llamar “Estado de Bienestar Social” de la mano de la socialdemocracia. Deberíamos, pues, haber aprendido más de la historia y saber que cualquier Constitución que se proponga la reforma del Estado, aunque sea desde abajo, está condenada al fracaso mientras no elimine la  “raíz” de la enfermedad, que no es sino la concentración de la propiedad y del poder político-económico.

A estas alturas de los tiempos, deberíamos también considerar que no somos del todo inocentes, que ya venimos de allí, de los intentos fracasados: del Estado Soviético -por la vía revolucionaria-  y del Estado de Bienestar - por la vía socialdemócrata y reformista-…siempre con la concentración del poder y de la propiedad  por resolver.
Sin un diagnóstico correcto es imposible la sanación, mucho menos cuando la enfermedad es tan cancerígena y destructiva como lo es el  capitalismo. Pensar en una “nueva y buena” Constitución española es un empeño intelectual y político definitivamente ingenuo, necesariamente condenado a ser reformista y, por tanto, integrable, dilatorio y estéril.

Lo dicho, otra Constitución sí, pero esta vez que sea universal y de verdad.



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